El
gigante desató su ira sobre el pueblo. Aplastó casas, cambió el curso de los ríos,
desecó lagos, sembró desiertos y arrasó con bosques enteros. El pueblo entero
huía desconcertado y atemorizado. Aquello que nunca habían imaginado, de lo que
solo habían escuchado hablar en leyendas, sucedía ahora, el cielo se les venía
sobre la cabeza. Así que hicieron lo único que se les ocurrió, llamaron a los
héroes, los alados, los bendecidos, los poderosos. Y los héroes se lanzaron
feroces sobre el gigante, quien reculó por un momento, pero se recompuso con
facilidad y siguió sembrando el caos, mientras trozos de héroes llovieron sobre
lo que quedaba del pueblo.
Una voz
poderosa retumbó en el cielo en un idioma desconocido y el gigante al fin se
detuvo, y salió corriendo donde su mamá porque ya era hora de almorzar.