En el prologo a “El reino de este mundo” Carpentier apunta sobre las formas estereotípicas que ha alcanzado la fantasía proveniente de Europa (claramente influenciadas por el surrealismo) y propugnaba por la necesidad de construir una literatura proveniente de las creencias propias de los americanos. “Realidad maravillosa” la llamó él, puesto que veía que este suelo regado por la sangre de indios, negros y blancos era fértil en el desarrollo de variopintos paradigmas que convivían sin orden ni concierto –pero al fin y al cabo convivían – unos con otros.
Carpentier tuvo una poderosa intuición, en nuestra tierra habitamos con centenares de criaturas a cada cual más extraña y no se nos da un ardite. Sin embargo, este realismo maravilloso, es quizás el mismo tipo de realidad que vivía un campesino del siglo XVIII, un transilvano del siglo VII o un romano del siglo II a.c.. Es decir, todos los pueblos han tenido estadios de convivencia con paradigmas maravillosos de realidad. Lo maravilloso nuestro es fantástico para quien nos ve desde afuera, lo que nosotros vemos como fantástico en Europa, Australia o Japón suele ser una suerte de realismo maravilloso para ellos. En pleno siglo XXI los chinos conviven con los espíritus de sus antepasados al igual que los norteamericanos encienden una pira en el bosque y se cuentan historias sobre el wendigo.
Posteriormente la escritura de Manuel Zapata Olivella (colombiano) daría a luz algo que él llamó “realismo mítico” y puso a los elegbas a cabalgar a los hombres y a los muertos a pelear en las guerras de los vivos. La poderosa e inteligente escritura de Zapata se ha visto relegada a un segundo plano, en muchos casos, por mero desconocimiento.
El caso de García Márquez, aunque merecedor de mejor suerte, no produjo herederos sino una amplia suerte de imitadores. Un caterva de bebedores de su manera de escribir pero no de su espíritu pegado al realismo mágico. Aparte de ellos, de Borges –aparentemente tan europeo- y de Cortázar –aparentemente tan singular -, no ha habido fuertes representantes de una fantasía que beba de las mismas fuentes de las que bebieron los muiscas, los aztecas, los negros y los mestizos que heredamos todas esas tradiciones.
Uno de los mejores logros alcanzados a este respecto ha sido el de Liliana Bodoc con su saga sobre “Los días de la sombra”. En donde parte de la creencias y formas de ver el mundo de los mapuches, los incas y los mayas para construir sus tribus que buscan aunarse para enfrentar la sombra que llega allende los mares.
Tenemos obras, hemos tenido autores, pero no tenemos una tradición. No existe aún el canon de lo fantástico y de la ciencia ficción (de esa hablaremos después). Es un orificio en la urdimbre de nuestra identidad literaria. Se hace necesario que hoy comencemos a tejer esos caminos.
(Continuará)