sábado, 31 de julio de 2021

EL DESPERTAR IX

 

-EL DESPERTAR IX-

Se despertó de manera diferente en la mañana. Si es que a aquello se le podía llamar despertar. Si bien se reconocía como alguien melancólico, Martínez no era del tipo depresivo. Al menos hasta esa mañana.

Los párpados le pesaban de tal manera que llegó a sentirse drogado. Luego sintió que su existencia no valía la pena, que no había ningún motivo, más aún, en alguna parte de su mente, se descubrió atónito porque no tenía fuerza alguna para levantarse. Solo se quedó tirado en la cama sin querer hacer nada, sin querer pensar en nada. Sin darse cuenta se le fue yendo el día sin acercarse siquiera a la cocina a prepararse un café o a buscar algo que comer. Martínez no se reconocía en el individuo derrotado de ese día, el individuo que empezaba a desconectarse de su ambiente, que no estaba respondiendo a las llamadas telefónicas, que se estaba sumiendo en la oscuridad y que solo quería poder dormir y desvanecerse.

En algún momento, entre uno y oro parpadeo, creyó ver un par de ojos de vieja plata desvaída que lo contemplaban desde un rincón del cuarto. Escuchó que alguien tocaba la puerta, primero con timidez y luego un poco más fuerte, para comenzar a llamarlo y luego renunciar. Quiso arrastrarse entonces fuera de la cama, echar un grito, decir que nos e sentía bien, pero lo único que pudo hacer fue hundirse más en las cobijas bajo el atroz calor de la noche que ya comenzaba a invadir el mundo, las tinieblas que hacían juego con las de su mente y que le hacían pensar en la inutilidad de todo, de su historia, de su existencia, de su tentativo futuro.

Martínez recordó que tenía la vieja barbera de su padre en alguna parte de la casa, una barbera antigua, tan afilada, que no tendría ningún remordimiento para ponerle fin al hilo de su vida.

                                      Andor Graut

 

domingo, 25 de julio de 2021

EL REGRESO

 


EL REGRESO

 

     Se vio obligado a recogerse. Llamó su esencia desde los más lejanos rincones, a travesando el éter y las miasmas pútridas del infierno. Convocó su espíritu, que transitaba las regiones estelares, contemplando sucesos incognoscibles, donde miríadas de ángeles y demonios preparaban su asalto final. Se llamó a sí mismo a través de los tiempos y las dimensiones; reconcentró su esencia en contra de sus mismos deseos, pues una tarea terrible debía ser cumplida. Era lunes y debía volver al trabajo, al fin y al cabo, esa nueva enciclopedia mágica no se iba a pagar solita.

                                      Andor Graut.

sábado, 24 de julio de 2021

ESPERA

 


ESPERA 

Su mamá le había pedido que le esperara afuera mientras reclamaba unos medicamentos que necesitaba. Ya era un niño grande y podía esperarla unos cuantos minutos. Además, todo hay que decirlo, era feo, así que no era muy factible que alguien se lo robara. Eso, como otras mil cosas, solo podía sucederles a los niños bonitos. Sin embargo, su madre nunca salió. Se dio cuenta de que algo andaba mal, cuando la gente que quería entrar a la farmacia era menos de la que salía. Se dio cuenta de lo terribles que estaban las cosas, cuando el vigilante le preguntó acerca de su madre, y él le dijo que la estaba esperando, que estaba adentro. El vigilante le dijo que aquello no podía ser, que, como él mismo podía observar ya no había nadie adentro.

 

 

El niño tuvo que reconocer que aquello era verdad, pero tampoco sabía qué hacer. Desobedecer a su madre habría sido algo terrible, y ella le había dicho que le esperara. Todo eso se lo dijo al vigilante, quien le invitó un chocolate de la máquina, y luego le dijo que tenía que seguir órdenes así que lo puso en una caja de objetos perdidos, donde, entre otras cosas, había una dentadura postiza, dos relojes, un celular enorme, dos gatos, una niña pequeña y un hombre muy viejo.

El hombre muy viejo le dijo que él estaba esperando ahí desde que tenía la edad de la niña pequeña. De acuerdo con lo que había entendido, ninguno de ellos tres -no sabía si los gatos- había sido abandonado. Se trataba de que pertenecían a espacios tiempos diferentes -eso lo había leído en una revista que alguien había olvidado, pero por la que había vuelto unos días después-; que en algún momento se habían desligado de sus respectivos espacio tiempos. El niño no sabía qué decir. La niña solo los miraba. El viejo no tenía nada que añadir. Así que se quedaron los tres en la caja de objetos perdidos hasta que alguien los reclamara.

 

                               Andor Graut

 

 

 

EL DESPERTAR VIII

 


-EL DESPERTAR VIII-

     A Martínez le habría gustado conocer a Carla. Pensaba a menudo que ella le habría cambiado la vida, que le habría inyectado algo de sustancia.

     Martínez no se reconocía como un mal tipo, porque no tenía tiempo para ello. Toda la vida se le iba en el mierdero que era el trabajo, y poco a poco el tiempo se le estaba escapando entre los dedos. Desde su época escolar no había vuelto a construir ningún lazo. Desde Andrea Gómez no se había vuelto a enamorar de nadie.

     El problema, reconocía Martínez, era que se había secado. Nunca había sido especialmente imaginativo, así que no tenía mucho que compartir con nadie. No tenía tiempo para seguir series, y se demoraba un montón para terminar los libros que emprendía. Por eso prefería los de cuentos. Al menos iba desgranando finales de manera más rápida. Por eso le gustaba Carla, por eso quería hacerle justicia.

     Carla tuvo la vida a la que él jamás pudo aspirar. Una vida con amigos, estudios, baile. ¿Hacía cuánto no bailaba Martínez? Le vino a la mente un video en el que Carla llevaba un vestido rojo cereza y estaba, por alguna razón que él no recordaba, bailando bajo la potente luz de un reflector. Parecía que la luz y ella fuera una sola cosa, y que se acompañaban en el baile. Recordaba el baile de Carla porque le parecía la cosa más bella que había visto en su vida. Nunca se lo había contado a nadie (¿cómo metería esa idea en una conversación?), pero no había descansado hasta conseguir el mismo modelo de vestido con el que había bailado Carla. Lo tenía guardado en el armario y a veces, solo a veces, le gustaba sentir la tela bajo sus dedos.

     A veces, en la madrugada, cuando le llamaban a hacer el seguimiento de algún caso, solía distraerse de la sangre, el cigarrillo y las vísceras, recordando el baile de Carla; la forma en que entrecerraba os ojos; la suave firmeza de sus pantorrillas; la sincronía entre el movimiento de su cabello, corto, con el vestido, largo; la manera en que la luz le iluminaba…

     Carla, estaba seguro, habría iluminado su vida.

EL DESPERTAR VII

 

 
-EL DESPERTAR VII-

     Del Tarmadón lo alejó de nuevo la muerte de otro de sus compañeros, Rodrigo Cortés. Lo último que supo de Cortés es que tres años atrás había sido ingresado en un psiquiátrico, después de que traumatizara a un grupo de niños al masturbarse agarrado a la reja del colegio en las horas del recreo. La policía tuvo que intervenir para que no lo lincharán y, literalmente lo tuvieron que arrastrar mientras Cortés echaba babaza por la boca y gritaba improperios. No se parecía en nada al recuerdo que tenía de él en el colegio, un joven brillante y prometedor, que se dedicaba a birlarle las novias a sus compañeros y sacar dieces en los exámenes.

     Ahora, lo que quedaba de Cortés yacía debajo de las llantas de un bus de servicio público. Lo reconocieron por la identificación. Los testigos decían que parecía venir huyendo de algo, pues corría sin fijarse por donde iba, pero sí mirando cada rato por encima del hombro.

     Por más que le daba vueltas al asunto, Martínez no conseguía sacar nada en claro. Con ellos había pasado lo usual, muchos saludos en unos pocos años subsiguientes a su graduación y luego cada uno había ido tomando su rumbo, salvo alguna reunión ocasional de aniversario a la que siempre iba alguien diferente.

     Martínez solía intercambiar textos con uno u otro. Había felicitado a alguno por su cumpleaños siempre que la red se lo recordara, había reído algún meme y poco más. No recordaba mucho a sus antiguos compañeros de promoción, pero las pesquisas que había hecho sobre ellos en los últimos días le contaban la misma historia. Pocos de ellos tenían alguna historia sucia con ellos; no había motivos para pensar que ocultasen algo que hubiesen hecho el verano pasado; si se hubieran cruzado por la calle algunos ni siquiera se habrían detenido.

     Siete de sus compañeros habían muerto durante el último mes. Martínez no sabía si él sería el siguiente, sólo sabía que en algún momento le tocaría.

miércoles, 14 de julio de 2021

UNO DE FANTASMAS

 


UNO DE FANTASMAS

 

Se retaron el uno al otro a entrar a la medianoche. Ninguno de los dos creía a ciencia cierta, pero tampoco descreía del todo. Al fin y al cabo, se trataba de una casa encantada.

La reja de entrada chirrió cuando debía chirriar, y la luna llena pintó de claroscuro su camino. No lo pudieron evitar y se agarraron fuertemente de las manos mientras se dirigían a la entrada principal. El viento aullaba entre los árboles.

-   ¿Qué sucedió aquí? –, preguntó él.

-   Lo de siempre -, respondió ella -. No lo supieron manejar. No soportaron lo que ellos mismos habían creado y terminaron por morir. Hay quienes dicen que fue por su propia mano. Hay quienes dicen que se mataron entre ellos. Hay quienes dicen que su propia creación les ayudó.   

Él entró de primero. Ella lo siguió pensando, no por primera vez, si era mejor echarse para atrás. No pudo evitar arrimarse más a él cuando un viento frío levantó su vestido. La luz dibujó por un momento la silueta de una mujer que lloraba frente a ellos. No sintieron miedo, solo una extraña piedad.

Subieron las escaleras que crujió donde debía crujir y se calló donde debía callar. Afuera comenzó a llover.

-   Eran los últimos. Solo una madre y su hijo -, dijo él. Y luego -, fue todo lo que quedó de ellos.

Desde la ventana del segundo piso ambos pudieron ver alrededor. Un bosque raquítico y la tierra yerma hasta la piedra misma era el paisaje monótono que los rodeaba. La casa era la última que se había mantenido en pie en el planeta.

X504 le dio la mano a B612. No necesitó hacer nada más. Salieron de ahí sin mirar atrás. Se prometieron nunca volver al planeta Tierra.

 

                                 Andor Graut

 

 

sábado, 10 de julio de 2021

EL DESPERTAR VI

 


-EL DESPERTAR VI-

  

    Fue una mañana perdida de visitar libreros, librerías de viejo y recursos de internet. Nadie sabía de un libro con características similares, a excepción de El libro de arena de Jorge Luis Borges. Alguien le dijo, que el nombre Tarmadón venía de una raíz semítica o elemita, y que traducía, mal que bien, signo de los signos o signo de los sueños.  Sin embargo, ningún libro respondía a la descripción presentada por él. No existía ningún volumen que respondiera a ese nombre.

    En la estación nadie pudo ver el libro más de diez minutos seguidos sin que le diera dolor de cabeza. Una forense lo calificó como repugnante. Como dato curioso, ninguna huella dactilar se fijó en él. Los exámenes microscópicos no arrojaron nada y un auxiliar dijo que había intentado raspar o romper una hoja para hacer un examen más detenido, pero el libro parecía ser invulnerable. Después de eso, y por espacio de una hora, el pasatiempo favorito de todos en la estación fue intentar hacerle algo al maldito libro. Lo intentaron con agua, fuego y ácido sulfúrico. Por alguna razón había un láser de gran potencia, que no le hizo absolutamente nada. Intentaron apuñalearlo y balearlo también. Incluso Martínez probó con un hacha. Sintió que era como intentar golpear un trozo de acero. El libro no acuso un solo rasguño.

    El libro imposible quedó a disposición del escritorio de Martínez, mientras él, junto con casi toda la estación, fueron a atender un llamado por un ajuste de cuentas de unos narcotraficantes que, aparentemente involucraba una persecución y un pequeño contingente de soldados.

    Días después, cuando Martínez volvió a su escritorio, y encontró de casualidad El Tarmadón en su escritorio, encontró un volumen ajado por el tiempo y no pudo encontrar ninguna razón para recordarlo de otra forma.

domingo, 4 de julio de 2021

LA CURA

 

LA CURA

La cura apareció en un kiosco en el barrio, un viernes a las 7:00 a.m. No costaba prácticamente anda y tenía sabor a jugo de naranja. La atendía un hombre amable, que cerró en la noche con tan solo unas pocas monedas en el bolsillo. La cosa siguió así toda la semana.

     Se tomaron medidas en el asunto.

     La cura llegó de nuevo un viernes a las 7:00 a.m. en un carromato antiguo, atendido por un hombre de cierta edad y largas patillas, que tenía un gran poder de convicción. De nuevo fueron pocos quienes le hicieron caso. El mundo temía, pero nada de lo que le ofrecían era suficiente, buscaba otra cosa.

     Nuevas medidas fueron tomadas.

     La cura llegó un lunes a las 7:00 a.m. en un costoso maletín ejecutivo en el que solo había unas pocas dosis que se vendían al mejor postor. Muchos dudaron. Se vendió solo un 60% de las dosis.

     Mercadotecnia se halló ante una situación difícil. Estaban confundidos. Se discutía la posibilidad de grandes contactos. Mientras tanto, un pequeño grupo irrumpió en las casas a la medianoche, se llevó a los hombres y los niños. Dijo tener la cura, pero aviso que solo era para unos pocos y que les costaría esta vida y la otra. La gente asintió, muchos eran conscientes de que les ofrecían placebo en lugar de respuestas reales, pero no les importaba, había orden y disciplina, y así era como se tenían que hacer las cosas.

     Se llevaron la cura para otro lado. Comprendieron que nada se podía hacer, que no era un mercado dispuesto para su producto.

 

                                 Andor Graut

    

      

sábado, 3 de julio de 2021

EL DESPERTAR V

 


-EL DESPERTAR V-

 

     La clave parecía ser El Tarmadón. Al menos eso se desprendía de las imágenes y fragmentos que se encontraban en las paredes de la cueva que se formaba detrás del canal colector de aguas residuales. La misma frase -Eyanael, no me despiertes- parecía repetirse en varios idiomas, escrita en una caligrafía esmerada, y algunos diagramas se correspondían con las páginas del libro. Con algo de suerte, encontraría un traductor competente, pensó Martínez; con algo de suerte, Carla descansaría en paz.

     Se llevó el libro a casa. No esperaba poder entenderlo, pero si estudiar un poco más sus ilustraciones. Le pareció extraño no volver a encontrar los diagramas de la cueva. De hecho, por más que lo intentó, no pudo volver a encontrar ninguna de las páginas que había revisado. Pasado un tiempo, la cabeza comenzó a dolerle. Lo último que alcanzó a ver antes de abandonar el libro fue una suerte de nombre, Tzad-Alt-Buld, que recordaba haber visto en alguna otra parte.

     No solía soñar, no le gustaba hacerlo, porque irremediablemente lo hacía con Carla en el colector de aguas lluvias. Sin embargo, el sueño pronto derivó hacia el libro. Al igual que en la realidad, no podía entender lo que decían sus páginas, las palabras danzaban ante él mientras sentía que comenzaba a caer dentro de él, a ser absorbido en las aes y las úes y las oes, que pronto fueron los ojos de Carla. Entonces se despertó. Por un instante, le pareció que estaba en otra parte, un lugar de altas montañas y oscuros cielos violáceos, donde formas ciclópeas se adivinaban en el horizonte. Luego, recuperó las formas acostumbradas de sillas, mesas de noches y paredes que alguna vez habían sido blancas.