-EL
DESPERTAR V-
La clave parecía ser El Tarmadón. Al menos
eso se desprendía de las imágenes y fragmentos que se encontraban en las
paredes de la cueva que se formaba detrás del canal colector de aguas
residuales. La misma frase -Eyanael, no me despiertes- parecía repetirse en
varios idiomas, escrita en una caligrafía esmerada, y algunos diagramas se
correspondían con las páginas del libro. Con algo de suerte, encontraría un
traductor competente, pensó Martínez; con algo de suerte, Carla descansaría en
paz.
Se llevó el libro a casa. No esperaba poder
entenderlo, pero si estudiar un poco más sus ilustraciones. Le pareció extraño
no volver a encontrar los diagramas de la cueva. De hecho, por más que lo
intentó, no pudo volver a encontrar ninguna de las páginas que había revisado.
Pasado un tiempo, la cabeza comenzó a dolerle. Lo último que alcanzó a ver
antes de abandonar el libro fue una suerte de nombre, Tzad-Alt-Buld, que
recordaba haber visto en alguna otra parte.
No solía soñar, no le gustaba hacerlo,
porque irremediablemente lo hacía con Carla en el colector de aguas lluvias.
Sin embargo, el sueño pronto derivó hacia el libro. Al igual que en la
realidad, no podía entender lo que decían sus páginas, las palabras danzaban ante
él mientras sentía que comenzaba a caer dentro de él, a ser absorbido en las
aes y las úes y las oes, que pronto fueron los ojos de Carla. Entonces se
despertó. Por un instante, le pareció que estaba en otra parte, un lugar de
altas montañas y oscuros cielos violáceos, donde formas ciclópeas se adivinaban
en el horizonte. Luego, recuperó las formas acostumbradas de sillas, mesas de
noches y paredes que alguna vez habían sido blancas.
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