Empezó escribiendo una queja sobre lo mal que estaban las vías en la ciudad. Sin darse cuenta cómo la queja escaló a amenazas detalladas acerca de lo que podría suceder con su vida y honra, no solo a los más cercanos, si no también a sus asesores, ayudantes y a todo el gobierno en general. El caudal de su ira fue creciendo en intensidad y las páginas fueron sumándose y sumándose hasta que se dio cuenta que tenía una novela entre manos.
Nadie nunca arregló las calles de la
ciudad. La calidad de sus novelistas nunca estuvo mejor.
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