domingo, 6 de marzo de 2022

VOZ

 


VOZ

            En su oscura casa de piedra las tejedoras realizaban su oficio. Átropos preparaba sus tijeras…

Las voces en su mente le torturaban de noche y de día sin darle paz ni descanso. Habían comenzado con cosas sencillas, diciéndole que no era suficientemente bueno o capaz, para luego ir progresando y dejarlo, de forma literal, al borde del abismo. Las voces ya no razonaban, ya no se contradecían, ahora eran una sola palabra que se sentía como un zumbido de fondo: Hazlo.

     Sentía el viento contra su cuerpo y era consciente de la multitud que comenzaba a formarse abajo, en la entrada del edificio. Sentía el palpitar de la sangre en las sienes, sentía la llamada del abismo, podía acariciar la libertad. La voz rugía furiosa: Hazlo.

     La vida pasaba frente a sus ojos. Las veces que había sacado malas notas, cuando quebró el jarrón preferido de su abuela; cuando uno de sus compañeros – amigo no, él no había sabido nunca lo que era un amigo- se había cuadrado con la niña que le gustaba; cuando perdió el año dos veces; cuando comenzó la bebida y su mujer lo había dejado; el rostro de decepción de su hijo. La voz era cada vez más imperiosa: Hazlo.

     Recordó cada vergüenza, cada sufrimiento, cada decepción, cada sinsabor. Apretó los dientes. Alzó uno de sus pies sobre el vacío. Alguien gritó allá abajo a sus pies. No la voz en su cabeza, si no una voz ajena, desconocida, una voz impresionada, llena de terror. Otros recuerdos acudieron a su mente. Había un castillo en esos recuerdos y un corcel blanco y un mago poderoso; un par de rostros infantiles mirándolo con adoración; una mañana fría de octubre; una lluvia pertinaz donde un perro corría a su lado. La voz arremetió de nuevo: Hazlo.

     Contuvo la respiración. Los segundos duraron horas. Devolvió el pie a su anterior posición. Desistió. Fracasado, incapaz, inútil, se alzó la voz todopoderosa y brutal. Un policía al fin había logrado abrir la puerta y se lanzó hacía él.

     Necesito ayuda, alcanzó a musitar antes de que las voces se adueñaran de nuevo de su cabeza.

     Átropos sonrió amarga, Laquesis continuó con su tejido…

                                      Andor Graut

 

      

       

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