ZORRA
No sabía la zorra cuantos inviernos había
pasado sola. Había pensado que estaba bien así hasta que cerca a su cubil una
mañana apareció una ardilla. Le gustaba verla en la mañana antes de salir a
cazar y le gustaba verla en la tarde leer un libro antes de ir a dormir. Por
supuesto, es de todos sabido que las ardillas no son animales solitarios, así
que a la zorra no le sorprendió ver que una tarde la ardilla ya no estaba sola.
Primero llegó otra ardilla y luego pequeñas ardillas que alborotaban por
doquier. Todo ello satisfizo a la zorra.
Entonces llegaron los perros. Aunque no se
cobraron víctimas la familia se dispersó. De forma ocasional la zorra reconocía
a algunos de los pequeños a partir de los rastros que dejaban. Algunas veces se
sorprendía preguntándose que sería de ellos mientras desgarraba la pata de una
paloma que había cazado aquella tarde.
La zorra envejeció y una tarde murió.
Nadie supo de la muerte de la zorra, a lo sumo una ardilla que pasaba por ahí y
que nunca supo que la muerte siempre estuvo atenta a ella desde su cubil.