lunes, 25 de marzo de 2019

ESPANTO


Me levantó a las diez de la noche y me miro en el espejo. Veo mi piel pálida, mis dientes putrefactos, el gusano que me sale del ojo; veo los hongos que salen de mis ojeras; huelo mi aliento a tumba abierta. Me hace falta más tierra de cementerio en las uñas y en el sobaco, así que me pongo en ello. Alisto entonces mi mejor traje, todo raído y roto, sucio por el paso de los años y el escape entre espinos y alambradas. Mi madre me mira, dice que voy deslumbrante. Así que enfilo hacia el trabajo, y justo, poco después de entrar la encuentro. Bella como siempre, su piel resplandece bajo la luz de la luna en contraste con la oscuridad de su cuarto. El viento mece un poco las cortinas. De repente abre los ojos y por un momento conozco la paz que hay detrás de la muerte. Le muestro entonces mi mejor sonrisa, esa que mi mamá dice que es solo dientes, y me espanta su alarido.

No hay cómo, llevo más de dos años conquistándola y ella sigue escapándose, evadiéndome. Lo gracioso es que, tarde o temprano, cuando ella de su último suspiro, vendrá a mí, como las otras, sin remedio.   

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