Le dijeron que ya era un niño grande; que era hora de
dejar su oso de felpa atrás, de manejar sus emociones, de jugar con otros niños
y compartir sus juguetes. Ya el tiempo de la mantita había desaparecido. Así se
hizo grande. Aprendió a montar en bicicleta, jugar futbol, trabajar en equipo;
luego vinieron los estudios, los amigos, los amores, los desamores, las
frustraciones, el primer trabajo.
Entonces llegó la pandemia. Vino el encierro, la
extrañeza, el miedo. Las noticias no eran alentadoras, hubo temblores,
incendios, noticias sobre alienígenas y avispones que comían gente; amenazas de
bombas, guerra y gobiernos cada vez más fascistas.
Una noche su esposa lo encontró tirado en cama, abrazado
a un viejo oso de peluche. Lo único que atinó a hacer fue ponerle encima una
vieja manta y abrazarlo, abrazarlo hasta que se durmió.
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