POR supuesto fue el culpable de todo. La idea había
parecido muy sencilla y práctica. No era la primera vez que se enviaban
animales al espacio, y si este hacía sentir mejor a John, el capitán, pues
mucho mejor. El largo viaje a Marte podría ser mucho más llevadero con un
animal de compañía. Así que se hicieron las debidas pruebas y el gato gordo las
pasó, sin mucho esfuerzo, una a una. Max no causó ningún problema en el
despegue ni en los primeros días de viaje. Jugaba con John cuando le venía en
gana, y el resto del tiempo dormitaba. La vida de John era sencilla, al menos
lo fue, lo había sido para todos, hasta el decimocuarto día de viaje…
Todos conocen la curiosidad de los gatos. Mientras John
descansaba, Max decidió pasearse por el tablero de mandos, activando una y otra
vez en su paseo el emisor de ondas. El resto fue la casualidad, pues algo
volaba cerca de ahí. Algo, mucho más inteligente y con una tecnología superior
que la nuestra. Algo, con lo que Max habló.
El resto, por supuesto, es historia, pero no puedo hablar
más. Debo seguir, junto con todos los demás, construyendo en la montaña la
estatua en honor a Max.
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