miércoles, 3 de junio de 2020

MAX



POR supuesto fue el culpable de todo. La idea había parecido muy sencilla y práctica. No era la primera vez que se enviaban animales al espacio, y si este hacía sentir mejor a John, el capitán, pues mucho mejor. El largo viaje a Marte podría ser mucho más llevadero con un animal de compañía. Así que se hicieron las debidas pruebas y el gato gordo las pasó, sin mucho esfuerzo, una a una. Max no causó ningún problema en el despegue ni en los primeros días de viaje. Jugaba con John cuando le venía en gana, y el resto del tiempo dormitaba. La vida de John era sencilla, al menos lo fue, lo había sido para todos, hasta el decimocuarto día de viaje…

Todos conocen la curiosidad de los gatos. Mientras John descansaba, Max decidió pasearse por el tablero de mandos, activando una y otra vez en su paseo el emisor de ondas. El resto fue la casualidad, pues algo volaba cerca de ahí. Algo, mucho más inteligente y con una tecnología superior que la nuestra. Algo, con lo que Max habló.

     El resto, por supuesto, es historia, pero no puedo hablar más. Debo seguir, junto con todos los demás, construyendo en la montaña la estatua en honor a Max. 

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