-INTERLUDIO-
- ¿Qué pasó con él? –, preguntó el niño.
- No lo sé, Darlón - respondió él –. Las últimas historias lo ubican un poco antes de las cruzadas. Mencionan a un Andros que visitaba reyes. Algunas historias dicen que le susurraba al oído a los reyes. Pero como siempre, nada es cierto. No creo que haya muerto, si es lo que están pensando, pero creo que se cansó. Creo que, en algún momento, Andros Noar dejó de enfrentarse a la criatura de ojos grises, a Eyanael.
- ¿Como Némesis?
- Creo que Némesis y él eran parecidos, pero al mismo tiempo muy diferentes. Némesis representaba un papel que Eyanael había fijado para él, mientras que El hombre de negro estuvo más allá de eso. Bien, basta de historias por hoy. Es hora de ir a dormir.
- Hasta mañana, papá.
- Hasta mañana, amor mío.
El niño durmió y soñó.
El desierto era inmenso. No parecía tener fin ni principio. El desierto era todo lo que existía. A lo lejos, en el horizonte se comienza a dibujar una vaga silueta que poco a poco va tomando la figura de un hombre. Poco a poco se van adivinando los rasgos de una persona vestida con harapos negros y descalza. Colgada a su espalda lleva lo que parece ser una espada.
La figura solo camina. En algún momento desenvaina su arma y la clava en medio del desierto. No importa dónde. Sea donde sea indicará que es la mitad del desierto. Luego de ello, la figura se aleja hasta que se pierde de nuevo en el horizonte.
El niño no lo sabe, pero esa caminata ha durado milenios. Solo cuando despierte, y lo hará tarde o temprano, el niño descubrirá el destino que le ha sido impuesto.
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