Sucedió en
el aula de clase.
Más
exactamente en la clase de Martínez, el profesor de Geometría.
Martínez era
el típico profesor cirujano. Un hombre viejo y cansado que hacía eones hacía
parte del colegio, que tenía una voz cascada que era casi un susurro, y un
andar vacilante. Pocos se acordaban de él al decir el discurso de graduación,
aunque casi todos recordaron después que siempre tuvo una palabra, un gesto
amable con ellos. Eso sucedió después, por supuesto, porque la única sensación
que Martínez le producía a los estudiantes era sueño.
Por
supuesto no todos reaccionan de la misma forma ante el sueño, y Camilo era de
aquellos que respondía de la forma más burlona y altanera posible; de esos
alumnos que daban zapes, tiraban papeles, pasaban notas, sacaba el celular y hablaba
en clase. Aquel que de forma abierta, siempre desafiaba al profesor.
Ese día no
era la excepción. Martínez llevaba ya 7 minutos alegando con Camilo, intentando
que pusiera cuidado, cuando Andrés comenzó a castañetear los dientes. Eso fue
lo primero, que de un momento a otro se comenzó a escuchar los dientes de
Andrés golpeando entre ellos. Al principio, fue muy despacio, casi nadie lo oyó
ene se primer momento, y luego cada vez más duro, al punto que Martínez y
Camilo se callaron buscando el origen del sonido. Luego, Andrés se arqueó con
gran violencia, empujando su mesa hacía adelante, casi clavándosela a María en
la espalda, quien se volteó para gritar a Andrés hasta que vio que sus alumnos
salieron disparadas a los costados. De una forma muy extraña, Andrés parecía
casi acostarse sobre el respaldo de su asiento. Acostarse tal vez, no,
sostenerse es más correcto, porque pronto los pies de Andrés también se
alzaron, y luego vino la babaza. Una baba espesa y verdosa que comenzó a salir
de los orificios de la cara de Andrés, ojos, nariz, orejas y boca comenzaron a
caer sobre el piso y a regarse por todo el salón. Para no tocar ese líquido
horrible, los estudiantes nos subimos a los puestos. Nunca había escuchado el
salón tan en silencio. De hecho, nunca había escuchado el colegio tan en
silencio, pues incluso los ruidos de los otros salones nos llegaban como si
vinieran de muy lejos, tal vez de Marte o de Plutón. Fue en medio de ese
silencio que Andrés habló, aunque no era su voz ni nadie entendió sus palabras.
Era como un vómito puntuado por babaza que volaba por todo el salón, cayéndole
a uno en la cara y a otros en la cara o en las manos. Era asqueroso, pero
nosotros sólo podíamos ver.
Fue
entonces cuando volteamos a ver a Martínez, En ese momento lo buscamos con la
mirada porque no sabíamos qué hacer y él era el adulto, y si alguna vez
habíamos necesitado un adulto que supiera qué hacer era en ese momento. Martínez
tenía los ojos cerrados, mientras había cogido la regla con la que dibujaba la
recta de los números naturales frente a él. La voz de Andrés, o lo que
estuviera en Andrés, comenzó a subir de volumen,
mientras una lengua larga y puntiaguda comenzaba a salir de su boca. En ese
momento me oriné encima. No me da pena decirlo, porque no fui el único que lo
hizo. Juanita lo hizo, y creo que Julián también, aunque luego lo negó. Recuerdo
eso, y recuerdo el olor; un olor fétido a alcantarilla, a animales muertos, a
animales muchísimo tiempo muertos y removidos por los gusanos y los buitres y
las cucarachas; un olor que hizo que nos saltaran las lágrimas y nosotros
pensando que nos íbamos a morir, y el pendejo de Martínez que no hacía nada, y
nadie venía en ese momento a ver qué pasaba, ni siquiera la secretaría que
siempre interrumpía la clase, y mientras tanto la babaza que subía cada vez
más. Pensé que nunca iba a volver a ver
la luz del sol, ni los calzones de Andrea cuando me di cuenta que había una voz
que no logré identificar que comenzaba a elevarse, diciendo lo mismo una y otra
vez aunque no entendía un carajo de lo que decía, solo que sonaba como Lorem
ipsum dolor sit amet, una y otra vez. Y yo me volteó a mirar y veo que la voz
era la de Martínez que ya no parecía ni tan viejo ni tan arrugado ni tan
jorobado. Su voz era segura, muy segura. Lo que no supe era cuándo la regla
había crecido y cambiado de forma, porque de repente era un palo grandísimo más
alto que cualquiera de nosotros, un palo que Martínez tenía ahora en posición
vertical frente a él, aunque ya no lo podía mirar bien porque la cara de Martínez
estaba brillando. Entonces, recuerdo, que Martínez golpeó fuerte el palo contra
el piso, y todos salió volando contra las paredes, y cuando digo todo, éramos
todos también porque del palo salió una onda de luz pura, purísima, que nos
obligó a acerrar los ojos, mientras
nuestros oídos amenazaban también con estallar porque la voz de Martínez había
crecido muchísimo, como si fuera la voz de algún dios que hablara a través de
él. Entonces todos nos estrellamos contra las paredes, incluso algunos dijeron
que contra el mismo techo.
Cuando
pudimos volver a ver, todos, incluido Andrés estábamos tirados en el piso. Recuerdo
entonces que me volteé a mirar a Martínez y lo vi agarrado al báculo, con una
rodilla en la tierra y con el rostro mostrado un cansancio como el que le vi a
mi padre cuando años después moría de cáncer en el hospital. Era un rostro que
tenía sobre sí todo el cansancio del mundo. Recuerdo que pensé entonces que Martínez
se nos moría.
Fue
entonces cuando entró la directora a preguntar que qué era todo ese escándalo.
No se me ocurrió sino decirle, que a Martínez se le había ocurrido una dinámica
y que por eso era el desorden, pero que era una muy buena dinámica que nos
había ayudado mucho a todos. Escuché que los otros decís que sí, que ya ellos
limpiaban y organizaban el salón.
Nadie volvió
a decir nada sobre lo sucedido después, pero la clase de Geometría fue la más
respetada desde ese entonces, y ese año, los que nos graduamos sólo tuvimos
palabras de agradecimiento sobre Martínez. Decíamos, porque no sabíamos decirlo
de otra forma, que él había echado al demonio de la ignorancia de nuestras
cabezas y de nuestros corazones.
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