- CANSANCIO -
El
gigante solo vio una figura muy pequeña a sus pies y no le importó aplastarla.
Solo quedó una mancha informe de carne blanquecina en medio de ninguna parte
durante mucho tiempo. Nadie hubo, empero, para escuchar los lamentos, para
escuchar los quejidos. Nadie hubo para ver como la figura se iba recomponiendo
al paso de los días y las noches, de la lenta migración de las estrellas, hasta
volver a semejar un ser humano. Entonces, el Hombre de Negro volvió a caminar.
Llegó
a una pequeña aldea en medio de la noche. Los habitantes vieron una criatura
fantasmal que salía de ninguna parte. No se detuvieron a escucharla, la
lancearon y la quemaron antes de enterrarla, siguiendo los ritos que hacían
muchas generaciones no tenían que utilizar contra los enviados del más allá.
Sintió como lo consumía el fuego y escuchó los cantos; sintió las lanzas
atravesando y desgarrando sus carnes; sintió la tierra entrando en sus heridas,
en sus músculos cauterizados. Y luego, la bendición de la oscuridad y el
silencio. Al menos, hasta que el aire también se fue. Pasaron días hasta que
pudo salir de nuevo bajo la luz de las estrellas.
Pasó
un tiempo hasta que se encontró con un grupo de bandidos en medio de la nada.
No tenía nada que entregarles, así que lo vendieron como esclavo en los
mercados de la lejana Nistumare.
Fue
azotado, abofeteado, pateado y desgarrado un montó de veces hasta que en algún
momento le amputaron un brazo, y para gran inquietud de su amo, el brazo volvió
a crecer. Entonces fue tenido por brujo, pero mucho antes de ser entregado de
nuevo a las llamas, el amo y sus amigos se reunieron a su alrededor y lo
mutilaron de las más diversas formas mientras apostaban que parte de su cuerpo
se regeneraba más rápido. Luego, fue entregado a los sacerdotes, a quienes les
avisaron que no podía morir. Fue entonces quemado, descuartizado y reducido a
cenizas durante años, antes de que el imperio cayera, como tantos otros
imperios, y Nistumare fuera borrada de la faz de la tierra.
Se quedó ahí en medio de un pozo, una cosa semipodrida, un odre reseco, que no conocía nada más allá del dolor; que no sabía de amistad ni confianza ni cariño. Un hombre que sólo tenía la certeza de que no podía morir. Con ese conocimiento salió de las ruinas de la antigua ciudad de Nistumare. Con ese único conocimiento comenzó de nuevo a caminar.
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