-CASTILLO-
Simplemente apareció frente a él en medio
de la selva. Una colosal masa de piedra con puertas y ventanas y estatuas que
estaba siendo devorada por raíces, hojas y troncos; dignificada por un lado y
reducida a polvo por otro. El esqueleto de un ser que había muerto quién sabe
hacía cuánto tiempo.
Entró en el castillo a través de un portón
que parecía haber sido creado para un dragón. Los batientes de madera podridos
habían dado paso a una cortina de raíces. Miles de ojos detrás de él brillaron
y echaron a volar.
Atravesó un pasillo infinito que era
alumbrado aquí y allá por una multitud de haces de luz que entraban a través de
aberturas del tamaño de la cabeza de un alfiler. En ocasiones, escuchaba el
rugir de un jaguar y en otras el arrastrarse de una serpiente. Los murciélagos
que volaban encima de él levantaban ecos que reverberaban por espacio de
minutos enteros. No le habría sorprendido encontrarse un Hodorón o a la misma
Umeret. Al final -todo lo tiene- salió a un patio en cuyo centro encontró los
restos de una fuente donde todavía corría el agua, aunque su forma se hubiera
desdibujado por las heces de los animales y las enredaderas que la cubrían. Le
sorprendió descubrirse apesadumbrado, aunque se deshizo de la sensación
buscando un lugar donde descansar.
Lo despertó lo que pensó era un trueno,
pero no había lluvia ni relámpagos. La tierra tembló y el aire se tiñó de un
olor a carne podrida. Le sorprendió escuchar una conversación muy por encima de
él una conversación que no entendía, seguida de sollozos, gritos ensordecedores
y, después, armas que se arrastraban. Se alistó para el combate inminente.
Entrevió una pierna gigantesca al fondo del patio. El estruendo de pies
corriendo fue suficiente para arrojarlo al suelo haciendo que se tapara los
oídos y apretara los dientes. Luego, el bendito silencio. Encontró lo que
parecía ser una vieja rama a manera de defensa y se apertrechó en un rincón
esperando ser atacado.
Nada sucedió. Lo sacó de su ensueño la risa
de un niño que colmaba todos los rincones, echando a volar un montón de
pájaros. O al menos lo que él creyó era un montón de pájaros. Se movió hacia el
sonido, cuando sintió que un caballo del tamaño de un oso lo tumbaba a un lado.
Alcanzó a vislumbrar una piel blanca y unos adornos de plata que se
desvanecieron frente a él. Luego más pasos, gritos de guerra que lo tumbaron de
nuevo. Entonces apareció el fuego, que lo obligó a errar por cuartos llenos de
oros y piedras preciosas, en medio de armas cubiertas por la herrumbre y las
cagadas de murciélago. Fue lanzado contra paredes y aplastado por animales que
corrían despavoridos, en algún momento una suerte de monstruo peludo jugó con
él en sus fauces y luego lo escupió como un juguete roto o demasiado
usado.
Después de lo que parecieron siglos vio de
nuevo la luz al fondo de una abertura. Se arrastró como pudo hasta ella, hasta
que pudo salir de ese enloquecedor castillo. Cuando se encontró de nuevo a
salvo en la selva se volvió justo a tiempo para que un rayo de luz como una
espada celestial se abatiera sobre las ruinas, que comenzaron a encogerse sobre
sí mismas, a consumirse y a reducirse a polvo hasta que no quedó de ellas nada
más que el recuerdo que el Hombre sin Nombre pudo haber guardado en esa noche
de pesadilla.
El Hombre sin Nombre les dio la espalda y
comenzó a caminar.
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