EL NOMBRE
Eres Nadie, le dijo el herrero. No tienes dote ni herencia ni nombre. Ella te admira, te admiramos todo; te ama, pero eres nadie, solo polvo en los labios del dios del viento.
EL hombre sin nombre solo pudo mirarlo. Una larga mirada franca a la que no añadió nada más. No había nada que añadir.
El herrero continuó. No soy nadie en este pueblo, y aún así soy algo más que tú. Hace mucho perdí mi hijo y si no hubiera sido por ti habría perdido a mi esposa. Así que te ofrezco lo poco que tengo, mi apellido y mi herencia. Te doy un nombre, si así lo deseas; te doy mi herencia, si así la recibes, y aún así, no deja de ser curioso, que sería yo, quien saldría ganando. Si lo deseas, serás Darlón, como mi padre, y tu apellido será Noar.
El hombre, que no tenía nombre, sonrió al escucharse por uno por vez primera en su existencia. Saboreó ese nombre entre sus labios y se supo poseedor de un destino, pues quien tiene un nombre deja de ser un susurro, una leyenda, y pasa a convertirse en alguien, proyecta una sombra aunque él mismo no la tuviese.
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