FORASTERO
Llegó al pueblo en medio de la noche. Se hospedó en la posada y respondió con silencio a casi todas las preguntas. Preguntó por un extraño, un hombre sin nombre, un hombre sin sombra, una criatura sin arraigo, sin pasado ni futuro. Ni el posadero ni los habituales de la taberna supieron dar razón de alguien así. Mata monstruos, añadió el forastero, y no es como ustedes. Los lugareños se encogieron de hombros.
Al día siguiente el forastero desayunó en la taberna y dejó de propina una brillante moneda de plata. Repitió sus preguntas lentas con voz firme desprovista de tono alguno. El posadero no le dijo nada, consciente de los ojos que seguían el brillo de la moneda. Todos los habitantes del pueblo se conocían mucho tiempo atrás. A medida que pasaron las horas, más monedas cambiaron de manos y los lugareños comenzaron a hablar. Sí, había pasado un hombre negro como la pez; sí, tenía un cabello largo rojo que ataba en una trenza; sí, usaba un sombrero de hongo y llevaba una espada en su espalda; sí… Las monedas seguían cambiando de manos y el licor abundaba al igual que los detalles cada vez más pintorescos. Se habló de un caballo negro, de un murciélago, de una bestia que vomitaba fuego; se habló de fuerza sobrehumana, de dientes caídos; se habló de una mujer, de un sodomita, de un rey.
El forastero se alzó en una sarta de blasfemias y amenazas al caer la noche, pagó al posadero y se largó. Horas después aún se escuchaban las risas de los lugareños mientras le contaban los pormenores a su vecino predilecto, Darlon Noar.
A pocos minutos de ahí, en medio del bosque, el forastero esbozaba una sonrisa mientras montaba un fuego.
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