-SABLE II-
Hay épocas en las que el viento se levanta en el desierto. Son tormentas que barren todo a su paso y al irse dejan todo como si fuera nuevo. A veces descubren cosas escondidas, a veces entierran cosas nuevas. En medio del desierto, de todos los desiertos, se encuentra clavado el sable. Ante él llegó el elegido.
Miradlo si podéis. Contemplad el portentoso prodigio que es su cuerpo, sus ojos sus labios, su túnica. Su sola existencia purifica lo que encuentra a su paso al tiempo que descubre su impiedad. No somos nada ante él, ni siquiera nos merecemos el milagro de su presencia.
Desciende, por supuesto, transportado en un rayo de luz. Se detiene a un centímetro del suelo para que este no holle las suelas de sus sandalias. El inmaculado avanza. De un momento a otro pone una rodilla en el suelo, mientras sus ojos se cierran y sus labios musitan una plegaria. Nos recuerda así que hay algo más alto que él.
Llega al lugar donde está enterrado el sable y lo agarra sin dudar con su diestra. No hay pureza en su rostro ante la respuesta del sable, solo dolor. Su cuerpo entero se contrae en un rictus agónico de dolor y desesperanza. Todo él se marchita, se petrifica. Se convierte en el primero de los monolitos que irán rodeando el sable a lo largo del tiempo.
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