-SABLE IV-
INTERLUDIO
Es el tiempo del érase una vez, de las grandes gestas, de las conquistas de los territorios, de las revoluciones y la rebeldía. He ahí un chico que se observa a sí mismo y sus semejantes y descubre que todo está mal, que el futuro es un camino triste y en declive. Si fuese un chico sociable armaría una pandilla o, al menos, se integraría a una; pero está pasando una fase solitaria y siente que tiene que hacer algo, que la rabia le bota por los poros y que las redes no le bastan. Siente que el mundo es hipócrita, inhóspito y corrupto. Y lo es.
Así que este chico, del que no nos ocuparemos a fondo en este momento, al menos no de él ni de su cabello grasiento y su tez cobriza ni de su estatura inferior al promedio, incapaz de negar la sangre indígena en sus venas; no nos adentraremos en los cortocircuitos mentales que pueden causar el escuchar música de Bach y de anime en una misma lista de reproducción; diremos en cambio que está solo y que un cambio se avecina. Solo diremos que él quiere provocar este cambio.
Su actuar es inverosímil, torpe e inadecuado, pero no tarda en ser viralizado. Por las noches, las sedes de diferentes bancos son atacadas por un hombre que se desplaza en motocicleta y lanza cocteles molotov contra sus fachadas. Es una noticia anecdótica hasta que el vigilante de un banco muere y el fuego se extiende y una sucursal del Banco de Kalí es devorada por las llamas.
Las rondas policiales aumentan. Se pagan recompensas, hay oídos en las calles. Las cosas se complican cuando comienzan a haber más ataques de forma simultanea en diferentes partes de la ciudad, al inicio, luego en diferentes partes de la nación.
La premisa es estúpida y pobre. La revolución comienza.
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