BRUJERÍA
La encontraron. La ataron. La arrastraron fuera de su casa, de todo lo conocido y lo amado.
La torturaron. La obligaron a confesar lo que sabía y lo que no; lo que había hecho y lo que no; lo que sentía y lo que no.
La desnudaron y la avergonzaron. Le montaron un juicio de opereta que ya estaba decidido. De nada valieron los testimonios que hablaban de la ternura de sus labios, de la sabiduría de sus manos, de la certeza de sus consejos.
La ataron a un pilar y la quemaron, mientras salmodiaban sus extraños cantos en un idioma incomprensible, en una ley para todo el pueblo desconocida.
Luego se fueron todos menos uno. Se quedó para que no olvidarán la Ley.
Las vacas siguieron muriéndose, los niños siguieron enfermando, las doncellas seguían escapando con jóvenes idiotas.
El hombre que se quedó solo atinó a decirle al pueblo que la bruja los había maldecido a todos. Luego se marchó.
Se quedaron con una Ley y un vacío en el corazón.
De seguro se trataba de la maldición de la bruja.
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