Tomó el avión a Quebec dispuesto a huir de todos. No hubo
nadie en el avión para despedirlo ni habría nadie para recibirlo. En ese momento
tomó conciencia de lo solitaria que se había vuelto su existencia, y de cuanto
en verdad disfrutaba de ello.
Se acomodó en la ventanilla del avión, sintió cuando
alguien se sentó a su lado, abrió el libro de bolsillo que esperaba lo
entretuviera durante el vuelo, fue a acomodarse los audífonos cuando escuchó
por primera vez la voz a su lado.
Horas después, al aterrizar, se
dio cuenta que su vida solitaria y sufrida se había acabado en menos de lo que
dura un vuelo a Quebec.
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