Dibujó una y otra vez el maldito animal. De frente,
de espalas, desde arriba, desde abajo. Dibujó con detalle desde la punta de la
nariz hasta el puto culo; lo dibujó tipo anime, tipo cartoon, art deco, de los
50´s; incursionó en el dibujo a lapicero, digital y hasta en la pintura al
óleo; lo dibujó cachorro, hembra, anciano, alfa y beta. Sin embargo, no
importaba como lo hiciera, el cliente siempre lo rechazaba. Demasiado realista,
muy animado, muy infantil, muy irreal. Entonces comenzó a no dormir, abordó el
asunto del zorro, no ya como una mera campaña comercial, sino como si fuera una
obra maestra, la obra de su vida. El puto zorro de los cojones. Se obsesionó.
Comenzó a verlo en los parques y en los cines; en
las escaleras de los centros comerciales; lo vio en las calles y hasta en el
transporte urbano. El día antes de la entrega, de la nueva entrega, cayó
dormido finalmente. Entonces soñó con él. Un zorro minúsculo. Una cosita
preciosa y juguetona que corría por un campo verde (referencia 17-5641
esmeralda Pantone©) que inspiraba frescura y perfección, una ligera gota de
sangre sobre su hocico; un zorro que ni en su mejor trabajo había podido
concebir. Entonces, por un momento, solo por un momento, el zorro se dignó
mirarlo a los ojos. En ese momento conoció la paz y supo que lo había logrado.
Al despertarse se sintió con un vigor renovado.
Cuando entró a la agencia no alcanzó a sentarse cuando su jefe lo llamó.
- Lo siento –comenzó – no seguiremos con la campaña…
- ¿Por qué? – balbuceó él.
- Anoche encontraron muerto al cliente. Lo único que
sabemos es que al parecer algo lo devoró…
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