Se
le había pegado una canción. Se le pegó sin razón alguna, vino de la nada y de
la nada se le pegó. Se descubrió tatareándola en medio de un examen y de ahí se
la llevó consigo al baño y luego al partido de baloncesto. Era una cosa
pequeñita, una tonada simple y dulce, de la que se sabía sólo uno o dos versos.
Hablaba de amor, por supuesto, aunque aún no se había enamorado. La canción le
acompañó a casa, y aunque normalmente ninguna canción le había durado tanto
tiempo en la cabeza no le molestó, le hacía compañía. La canción incluso sobrevivió a su
jornada en el gimnasio. Una y otra vez, los mismos tres o cuatro versos que ya
estaban comenzando a perder sentido de tanto ser repetidos. Hablaba del amor,
por supuesto, aunque aún no se había enamorado. Entonces, comenzó a escuchar la
canción, no ya en su mente sino con sus oídos, sonaba cerca, así que se dirigió
a su origen y se encontró de pie frente a un apartamento con la puerta abierta,
un bose a todo volumen y alguien que cantaba a todo pulmón su canción. Hablaba
del amor, por supuesto, aunque aún no se había enamorado. Eso, claro está,
podía cambiar en cualquier momento.
sábado, 7 de septiembre de 2019
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