El robot se
levantó en medio de un campo de calabazas un 31 de octubre. No sabía de dónde
venía ni cual era su objetivo en la vida. Con rapidez, sin embargo, los habitantes
del pueblo lo tomaron como uno de los suyos. Alabaron la calidad de los
detalles de su vestuario, su exquisito buen gusto, la forma en que el sol hacía
centellear el metal que era su piel; la forma en que se había metido en el
personaje. El robot los dejó hacer porque no sabía de qué forma reaccionar. A
sus palabras respondía con luces de colores, que ellos no terminaban de
entender.
En la mitad
de la noche, justo cuando el mejor disfraz iba a ser escogido, el robot vio una
figura que se escondía detrás de una bruja y un espantapájaros. De inmediato se
encendió una luz de advertencia en su visor y se activó sistemas de armas. Al
día siguiente el borracho del pueblo llamó a la policía. Diez años después
nadie sabe qué originó esa matanza de Halloween.
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