Lo predijo
la NASA con exactitud matemática y
cuántica. Estábamos condenados. El meteorito caería exactamente a las tres de
la tarde, el día de cumpleaños de Juana, la hora precisa en la que Juana había
nacido. Como hecho curioso hay que señalar, que en lugar de la serie de números
y letras con la que se conocen a los meteoritos, a este le habían puesto Juana.
Juana, la persona, no el meteorito, por supuesto, no se inmutó. Fue meticulosa La
niña perfecta, la niña de papi, el centro de su grupo de niñas populares,
decidió que aquel día era suyo y de nadie más. Así que se escapó de su cortejo
de aduladores, se bebió en media hora una botella de whisky acompañada de un
cigarrillo de su hermano; encontró la dirección de su profesor de biología, se
metió en su casa y le robó un beso antes que él siquiera supiera qué estaba
pasando; luego liberó unos cachorros atrapados en una tienda de mascotas. Aún no
eran las diez de la mañana y ya el meteorito se dejaba ver a simple vista en el
cielo azul. De no ser así, yo estaría envolviendo el regalo de Juana, y estaría
preparándome para decirle todo lo que sentía por ella. En cambio sólo le hice
de chofer para que ella hiciera todo lo que quería hacer. A las 2:58 de la
tarde, le pregunté si quería ser mi novia. A las 2:58 con 3 segundos me había
dicho que sí. A las 2:58 con 20 segundos nos estábamos besando; el primer beso
de mi vida, el último de la vida de Juana. A las 3: 01 el meteorito había pasado de
largo, se había arrepentido a último minuto dejando atrás un mundo en caos,
pero con la mano de Juana entrelazada con la mía.
sábado, 5 de octubre de 2019
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