Fue
el primero y también el último, aunque eso no lo sabía.
El
cohete aterrizó en Marte a última hora de la mañana y el astronauta salió a
tomar muestras de acuerdo al protocolo. Trabajó
sin pausa ni descanso. Los ojos en el suelo, dedicado a aprovechar lo máximo posible
su estancia en el Planeta Rojo. Cuando el sol ya se estaba ocultando le pareció
percibir por un momento, un movimiento como un batir de cola, y luego el sonido
como de garras golpeando las piedras a media marcha. Por supuesto, al voltear a
ver sólo vio las sombras de las rocas que se alargaban hacia él. Estaba más
agotado de lo que pensaba. Se sentó y vio a lo lejos el punto titilante que era
la tierra allá a lo lejos.
Entonces
sucedió. Algo se arrojó contra él. Algo que era todo pelos y garras, y,
curiosamente lengua. Pudo sentirla a través del casco, como si este no
existiera. Cuando pudo abrir los ojos se encontró con Tobías, su perro de la
niñez. Un Bull Terrier alegre y enormemente juguetón. Sin poder reponerse del
asombro escuchó pasos a su espalda y pudo ver entonces a su abuela, a sus padres
y su esposa. Una sonrisa de alegría cruzó su rostro y corrió a abrazarlos.
Oficialmente
se consideró la misión como un fracaso. Nunca supieron los reencuentros que se habían
perdido.
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