CIRCO
Soñó con un circo. Un circo enorme, de, al menos dieciséis
carpas rojas que se fueran intercambiando alrededor de un eje central, donde la
experiencia fuera tan diversa que para un espectador el espectáculo siempre
fuera nuevo.
No contento con los tradicionales trapecistas, payasos,
fareros, ogros, bailarines, osos desempleados, beisbolistas en apuros,
delincuentes juveniles, cuenteros y coreógrafos, se dio en la tarea de contratar
artistas del vidrio y del cacao, de la construcción de estructuras en hielo, un
político honesto, y 207 millonarios adictos a idear viajes al espacio. Nada había
sido dejado al azar, cualquier contingencia había sido planeada hasta el más
mínimo detalle.
EL primer día no llegó nadie. El segundo día no llegó
nadie. El tercer día solo llegó una foca proveniente de los llanos colombianos
que les contó siete de dieciséis vidas (era una foca joven). El cuarto día
llegó una sarta de turistas alemanes. El quinto día llegó Peter Pan y los niños
perdidos. El quinto día no llegó nadie. El sexto día llegó una delegación de
piratas espaciales, que disfrutaron de la experiencia durante diecisiete días
seguidos dejando a cambio el resultado de media vida frenética dedicada al
pillaje. El circo pudo haber cerrado entonces para siempre, pero lo mantenía
era el amor de su creador y su fe en que debí seguir existiendo. El día
veinticuatro llegaste tú, y te enamoraste tanto del acto de los perros
pomeranes, que quisiste hacer tu propia casa de azúcar para vivir con nosotros,
y desde entonces eres uno más entre quienes vivimos en el circo. ¿Ya entiendes
por qué siempre estás tan cansado y el sueño nunca es reparador?
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