GUARDIÁN
IV
Donde somos testigos del despertar de David.
No te la podías quitar de la
cabeza. Soñabas con ella. Soñabas con movimientos que repetías en la vigilia.
Dejaste de contestar el teléfono, de escuchar música, de ver televisión, de ver
a las personas. Las redes se conmocionaron cuando dejaste de actualizar tu día
a día. Los medios divagaron acerca de depresión e incluso hubo quienes
especularon acerca de intentos de suicidio y uso de drogas. Mientras tanto tu
despertabas.
Te diste cuenta de que la mujer
del tercer piso del edificio de una amiga era exactamente igual a la secretaria
de una Agencia de modelos que a veces visitabas en Manhattan; que el compañero
de piso que se suicidó cuando tenías diecinueve años, tenía el mismo rostro y
cuerpo que un artista recién descubierto en Beirut. Empezaste a encontrar
patrones, claves, semejanzas en lo que hacías, veías y escuchabas. Sin embargo,
al contrario de lo que hubieras podido pensar uno o dos años atrás, no había
angustia en ti, solo comprensión. Había paz.
Entonces sucedió que, en medio de
las sombras, que eran y son el mundo, comenzaste a ver otro tipo de criaturas,
otro tipo de habitantes. Algunas eran como tú, pero otras parecían más
presentes. Comenzaste a seguirlas y a ser evitado por ellas. Algunas parecían
divertidas, otras te enseñaban los dientes, otras se fundían con las paredes.
Encontraste un mundo detrás del mundo, y este te fascinó.
Luego, casi fuiste asesinado.
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