GUARDIÁN
III
Donde
recordamos el tiempo de los ángeles y asistimos a un pequeño accidente por
parte de David.
Veías el cielo. En aquella época
a todos se nos impuso mirar el cielo con mayor atención que de costumbre.
Muchos decían haber visto ángeles, y en contra de lo que se podría pensar, las
visiones parecían cada vez más comunes, tanto por creyentes como por laicos.
Las figuras aladas, casi ferales, se dejaban avistar de cuando en vez, y los
videos pronto se compartieron en medios de comunicación y redes sociales. Al
principio unos pocos, luego cada vez más comunes hasta que fueron objetos de
falseos y repeticiones vanas. La moda de los ángeles se puso de moda, y mirar
al cielo también. Así que veías al cielo mientras ibas en el beeme, pero alcanzaste
a percibir a tiempo una figura cruzando la calle a toda carrera.
Diste un volantazo a la
izquierda, para evitarla, y luego a la derecha, para evitar el poste contra el
que te ibas a incrustar. No saliste indemne, por supuesto, perdiste el control
del carro y derrapaste hasta quedar en medio de un cruce donde te chocó un
taxi. No te importó. Solo viste la figura de la mujer que habías esquivado,
envuelta en un gabán esa noche calurosa, con una espada en su mano que se
perdía entre la multitud que se acercaba.
No hubo ángeles por supuesto. No
hubo ángeles ni demonios y, por algún tiempo, sólo hubo los titulares
maliciosos de algunos medios donde hablaban de tus excentricidades. Entonces
encontraste la espada en medio de tu estudio. Sabías que no era tuya, aunque se
sentía como tal. No era ninguna de las que te habías traído de los viajes o
grabaciones o de las que te habían comenzado a regalar. Nunca habías
contemplado esa espada ni ese tipo de espada, a decir verdad.
Lo que no esperabas era que la
espada se incrustara en tus sueños con la fuerza de un zahir.
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