LA GALLINA
A Clarice
Lispector
Esta
era una gallina calendario. Es decir, era una gallina de madera cuya función
decorativa era complementada por la posibilidad de servir de referente temporal
para quien habitaba. Es claro que esta última idea era solo una posibilidad,
pues la gallina no tenía un mecanismo automático para cumplir su función, de
manera tal que dependía de una fuerza externa para que la cumpliera. A la
gallina calendario todo le era indiferente, por supuesto, pues no era una
criatura viva, y aquello que no está vivo no está atado a las pasiones o a las
emociones.
Un día, pues todo ha de suceder algún día,
una niña vino a sumar al trajín del hogar toda una serie de experiencias
nuevas. Así, el hogar antes silencioso, se vio poblado por gritos, llantos, gorjeos,
risas y carreras. A lo largo de unos pocos años todo un nuevo ciclo de
situaciones se sumaron a las antiguas rutinas. Por supuesto, la gallina
calendario observaba todo desde su lugar en el poyo de la cocina de manera impertérrita.
Aunque, en ocasiones, le hubiera gustado poder sonreír ante la dulzura y la
inocencia de la niña. Si hubiera cabido en ella la sorpresa, se habría sorprendido.
Sobra decir que la forma en que la gallina cumplía
su función de calendario era a través de piezas de madera pequeñas. Sobra decir
que los niños pequeños todo lo exploran y todo lo conocen a través de la boca.
Sobra decir la desesperación, el llanto, la angustia, el dolor, y después el
silencio. Un silencio de mortaja, un silencio de muerte.
La gallina, desprovista de su función, agotada sus posibilidades sintió el peso de la culpa, y de haber podido llorar lo habría hecho. En contraste sintió justo el silencio que sobre ella recaía, y su posterior abandono hasta que fue estiércol, polvo, nada.
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