CUADRO DE
COSTUMBRES
La patita
peluda se extendió con delicadeza hasta el salero al borde de la mesa. Comenzó a
dar pequeños golpecitos al salero, mientras miraba al frente con aire
desinteresado. Esa no era su pata, no. Le era algo por completo ajeno. La pata
se estiró un poco más, y zaz, el salero estalló en toda su gloria, dejando en
el piso un reguero de sal y de granos de maíz en todo el comedor. Por supuesto,
en cuanto el saleró cayó con todo su estruendo, el gato se sorprendió y se
lanzó en una carrera frenética que lo llevó a chocar de lleno con el culo de
Matías, el perro, quien llevaba media hora babeando por el chorizo que colgaba
del poyo de la cocina. Sorprendido, a su vez, Matías saltó y, aprovechando la
situación, se llevó en la boca lo que el creía que era un solo chorizo, pero
que en realidad era el primero de una ristra de ocho.
Cuando
Matías quiso darse cuenta de la magnitud de lo sucedido ya era tarde. Detrás de
él había una fila de chorizos enfurecidos que clamaban venganza, y a los
chorizos se unió una pandilla de perros callejeros que pretendían cobrar lo
suyo.
Así vio la
escena Paco, el dueño de Matías, que estaba en la tienda comprando arepas sin
sal para acompañar su desayuno. Así que cuando vio correr a su perro
despavorido como alma que llevaba el diablo, se lanzó detrás de la jauría
liderada, en apariencia, por Matías. La carrera vino a detenerse 500 metros
después cuando llegaron todos al borde del río y Matías no tenía forma de coger
a derecha o izquierda. Detrás de él estaba el fin del mundo y delante de él la
muerte por ahogamiento (ya esta claro a ssta altura que Matías es más bien
cobarde). Paco, que llega dos segundos después no puede más que largarse a
reir, sonido que espanta a los perros que salen corriendo por donde vinieron,
mientras uno que otro pesca una o dos de la docena de arepas que había
comprado, y que ahora se han ido rodando por el piso.
Por
supuesto, Matías lo miró con cara avergonzada mientras terminaba de masticarse
el último de los chorizos y esperando resignado su castigo.
Cosas así
pasan en mi pueblo, don el mundo se mueve lento y a su ritmo. Mientras tanto
veo como una patita peluda comienza a extenderse con delicadeza hacia el salero
que está al borde de la mesa.
Andor Graut
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