LA ÚLTIMA
IV
Narya se adentró en el desierto para morir
sola. No había esperanza en ella. No había amigos, no había tribu que la
acogiera, ni una familia que la despreciara. No tenía fuerzas, tampoco, para
reclamar un lugar que había sido para su amor.
Dicen las leyendas también, que Atón era
hijo de Eyanael, y por eso pudo hacer todo lo que hizo, llegando a amenazar la
obra de su padre. Tal vez por eso Eyanael no podía dejar que el hijo de Atón se
perdiera. Leyenda o no, lo que sucedió fue lo siguiente. Al tercer día de su
caminata, hambrienta y desesperada, Narya dio con una suerte de madriguera en
la que se internó para escapar del sol. Se había sostenido a partir de algunos
nopales raquíticos. Sin embargo, lo que encontró fue que la madriguera estaba
habitada. Durante horas, debilitada, fue consciente de que algo estaba ahí con
ella, algo que podría atacarla en cualquier momento. Sin embargo, estaba tan
débil que no pudo moverse. Al llegar la noche la presencia comenzó a moverse.
Se trataba de un eremita sin nombre, sin
ninguna idea del trato social ni del lenguaje. Durante los años subsiguientes,
Narya aprendería de él el arte de la verdadera supervivencia. Fue asistida por
él en el nacimiento de su hijo, y también fue cuidada y alimentada hasta que
pudo volver a ponerse en pie. El eremita no era amable, pero durante cuatro
largos años fue todo lo que tuvo, hasta que una mañana cualquiera simplemente
no volvió a moverse. No había dado muestras de enfermedad o molestia alguna,
simplemente fue como una máquina que se detuvo.
Después de la muerte del eremita, Narya
volvió a Kalí.
Andor
Graut
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