LA ÚLTIMA
V
Volvió a Kalí, porque no sabía
donde más volver. No porque lo quisiera especialmente. De hecho, volvió porque
le quedaba de paso para cualquier otro lugar. Kalí, ya lo hemos visto no era
una ciudad amable, pero, a decir verdad, en estos tiempos olvidados de Eyanael,
ninguna ciudad es amable, ninguna parte del planeta ofrece verdaderas
esperanzas. Narya y su hijo sin nombre atravesaron algunas ZVC sin que nadie
intentara impedir su camino. Lo que aparecía ante ellos era una criatura inamovible
con un propósito firme. A decir verdad, el único propósito que la animaba era
la mera supervivencia. No había más. El desierto la había despojado de todo, y
a su hijo solo le había dado unas pocas palabras, el conocimiento de su padre y
una habilidad casi sobrenatural para pervivir con lo mínimo.
Pronto atravesaron Kalí por su
parte más amplia. Como ya hemos mencionado, atravesar la ZVC fue sencillo,
acostumbrados como estaban a hacer y dejar hacer, los habitantes de los
cinturones de miseria no se metieron con quienes parecían no tener nada de que
ser despojados. Además, había fuego en esas miradas. Eso dicen los que les
vieron. Eso dicen, los que supieron escuchar. A su paso hubo una suerte de desfile
de curiosos, de tejedores de historias.
Las dificultades comenzaron al
salir de las ZVC. Una patrulla solitaria pretendió cortarles el paso. Les hicieron
una señal de alto. Narya y su hijo sin nombre se detuvieron. Los policías gritaron
algo acerca de documentos, de permisos, de identificaciones. Se envalentonaron
ante el silencio y pretendieron tocarla. La criatura salvaje que hasta el
momento le cogía de la mano la soltó y con una velocidad pasmosa se abalanzó
sobre el más grande de los policías, le arrancó la garganta, y antes de que el
otro supiera siquiera que estaba pasando y pudiera tomar su arma, ya esta no
estaba y un estampido rompió el silencio de la noche.
Fue el primero de los truenos.
Luego cayó la tormenta.
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