La mano que salió del espejo arrancó sus ojos, se comió
su cara y se bebió su alma.
Por mil años estuvo en la oscuridad vagando perdido sin
saber su lugar. Mil años en los que todo fue pesar y angustia; mil años en los que
solo hubo dolor. Luego hubo un ramalazo de luz que lo envolvió todo y castigó
al culpable y buscó enmendarlo todo. Sintió que una mano salía del espejo,
escupía sus ojos, vomitaba su cara y devolvía su alma. Pero nada le quitó los
recuerdos.
Ahí, frente al espejo, como si no hubiese pasado nada, estaba de vuelta echándole pasta de dientes a su cepillo, de vuelta a su vida. Comenzó a temblar, a llorar de forma tan violenta que se tuvo que hacer un ovillo en el piso hasta que llegó su esposa y llegaron sus hijos y llegaron los enfermeros y los doctores y lo devolvieron a la oscuridad, donde ahora yace por siempre y para siempre sin poder escapar.
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