LA ÚLTIMA
VII
Luego ingresó a tierras de nadie.
Tierras donde ni dios ni ley intentaban meterse hacía más de tres décadas por
lo que decían las historias. Narya ingreso así en los bosques y montañas que
separan Kalí de Madein y Taz- Nel. Sitios donde solo habitaban unos cuantos
santos o desesperados. Marginados que se habían olvidado incluso de sí mismos.
Ahí, fue donde tuvo lugar el encuentro.
Se ha dicho siempre que en los
Bosques del Sur cualquier cosa puede suceder. Lo que nunca se había dicho es que
los gifty lo habitaran. En apariencia los gifty, dado su tamaño y constitución
han preferido siempre las ciudades abandonadas y las montañas a las zonas
boscosas. Una mañana cualquiera, mientras Narya y su hijo buscaban algo de
fruta y de caza menor, sintieron primero que lago los observaba y, luego, que
algo les seguía, al menos hasta llegar a un claro. De repente se vieron
rodeados por al menos tres gifty, aunque el mito mencione una bandada. No eran
gifty cualquiera, en todo caso, tenían una especie de cuello de plumón blanco
que les daba un aire aristocrático extraño. Pronto les rodearon, pero Narya no
percibió amenaza de ellos, sino fascinación. Los gifty tenían los ojos clavados
en su hijo. No perdían movimiento de él, atisbaban el mínimo temblor de sus
párpados. Pronto estuvieron inclinados ante él, y de sus gargantas salió una
suerte de canto. Narya solo recuerda algo como Nac tere mene araiom mene cat.
Seguramente los sonidos fueron otros, pero creyó entender lo básico de esas
palabras cuando ante una de ellas su hijo se irguió y les miró una a una, y fue
entonces cuando cualquier actitud de niño salvaje que había tenido hasta
entonces le abandonó y miró con fijeza a los gifty y les dijo Araiom mene
na, Araiom Eyanael gadme, lo que tradujo para su madre como Gracias por el
despertar, Araiom viene a hacer frente a Eyanael.
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