-ENCUENTRO-
El Hombre Sin Nombre asciende la
montaña de la única manera en que sabe hacer las cosas, un paso tras otro; una
mano arriba, la otra abajo. No tiene afán alguno.
Un tiempo después llega a un
descanso en el que se abre una cueva. Hay un olor extraño en el aire, si
tuviera recuerdos diría que se trata de sangre y de muerte; un olor que trae la
impresión de hombres retorciéndose, gritando mientras la vida les es arrebatada
de forma brutal. No sabe nada de esto, así que el olor solo le parece extraño.
Entra en la cueva. Fragmentos de hueso reseco se quiebran bajo sus pisadas.
La cueva es natural, aunque
pronto se da cuenta que algo la habita. Los sonidos que escucha tras de sí le
advierten de ello. Sonidos furtivos, cuidadosos, que buscan disimular el gran
peso de quien los produce. De repente, se produce el ataque, el tronco de un
árbol arrasa sus pies, le hace caer de espalda. Un objeto afilado se incrusta
en su hombro derecho, un aliento corrupto busca sofocarlo. Hay algo de
pesadilla en el rostro que lo mira; algo de locura también. La criatura aúlla
cosas que El Hombre Sin Nombre no entiende. Entiende, en cambio, que está
siendo atacado, que se le tiene por vencido, que debería asustarse. Piensa en
Umeret, en el camino que le ha sido negado y el brazo que le ha quedado libre
lo proyecta contra el abdomen de la criatura que está sobre él. Atraviesa piel
y entrañas, rompe huesos, se llena de sangre, de mierda. Se quita el cuerpo que
le ha caído encima. Se arranca el pedazo de metal que lo ha atravesado y se
levanta. Todo en un solo movimiento fluido.
Frente a él se encuentran otras
tres criaturas que le miran con ojos sorprendidos. El hombre sin nombre se
abalanza contra ellas. No piensa. Solo es una criatura sin pasado ni futuro, un
ente que habita el presente y que busca su supervivencia. Al final, se sienta
en el suelo cubierto de la sangre de sus adversarios, rodeado de sus restos.
Afuera comienza a llover.
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