-Ensoñación-
El Hombre sin Nombre mira las estrellas tumbado a orillas de un mar ignoto. Como un pequeño intenta contarlas y se pierde al llegar a las 376. Los párpados, pesados, se le caen. Cierra los ojos. Sueña.
Camina en una llanura de hierba morada en cuyo horizonte se adivinan unas montañas custodiadas por unas langostas y, más allá, una serie de casas, y, más allá, una serie de castillos habitados por titanes, que lo mismo pueden ser polillas que caníbales o medusas. No hay nada fijo en ese lugar, todo muta de forma constante, deshaciendo y conservándose. Siente un montón de hormigas fluorescentes que comienzan por subirle a los pies y luego, antes de que se de cuenta, comienzan a llevarlo en una dirección completamente diferente, hacia abajo, hacia un río que no había visto.
Un enorme hodorón, tumbando todo a su paso ahuyenta a las hormigas que salen volando para sumergirse en las nubes. El hodorón lo mira con fiereza y luego se alza sobre él espada en mano. El Hombre sin Nombre alza su sable sin siquiera pensarlo, y ambos se enlazan en una lucha mortal. El único lenguaje en común son los gruñidos. Después de lo que parecen horas, la espada del hodorón le atraviesa el pecho, haciéndole caer. La tierra se quiebra bajo sus rodillas y el Hombre sin Nombre comienza a caer, pues un volcán lejano ha estallado y todo lo que hay bajo sus pies se revela frágil y tenue.
El Hombre sin Nombre cae hasta que se despierta tumbado a orillas de un mar ignoto. Las estrellas que danzan en el cielo no son las mismas, pero ya no le importa. Cree que por fin ha comprendido. Cierra los ojos, mientras civilizaciones enteras se alzan y caen.
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