AXZNEL VIII
El Tarmadón me llegó en una caja con otros
libros. De hecho, mientras los otros estaban de canto, este venía sobrepuesto a
los demás. Se trataba de un pequeño volumen en cuero que no destacaba entre los
grimorios y bestiarios que se empezaban a acumular. De hecho, se quedó por
algún tiempo olvidado mientras yo estaba embelesado con el Vermiss Mysteriis,
hasta que en algún momento el café hizo de las suyas y me vi obligado a tirar
de un manotazo todo lo que estaba sobra la mesa. El Tarmadón voló junto a
cuchillas, mapas, intentos de pentagramas, y por un momento, al abrirse, hubo
un destello, una fuerte de fogonazo, que iluminó como un relámpago la
habitación y me lanzó de culo al suelo.
No sé cómo tal reserva de poder se había
escapado de mi radar. No es que quiera decir que yo supiera muy bien lo que
hacía, sino que el libro producía un efecto similar al de esas esferas de
plasma sobre las que aplicas tu mano y te hace erizar todo el cuerpo. Al abrirlo,
sin embargo, se producía una sensación de desencanto, parecía tan atractivo
como una enciclopedia. No había diagramas ni letras capitulares; incluso era difícil
en algunas partes seguir la lectura porque las palabras estaban juntas.
Recuerdo haber leído algo sobre Tzad-Alt-Buld y Armún, y luego tuve que atender
una llamada y al regresar y abrir de nuevo el libro encontré que estaba en otro
idioma y los caracteres estaban trazados en una tinta rojiza y oxidada que
recordaba por momentos el orín del fierro y, por otro, la sangre. En algunas
ocasiones pude sentirlo palpitar, en tanto puedo jurar que alguna vez escuché
una voz salir de sus páginas. Con todo, no podía soltarlo; no lograba hilar dos
ideas juntas, pero no podía soltarlo.
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