sábado, 26 de diciembre de 2020

ENSOÑACIÓN

 


                            -Ensoñación-

     El Hombre sin Nombre mira las estrellas tumbado a orillas de un mar ignoto. Como un pequeño intenta contarlas y se pierde al llegar a las 376. Los párpados, pesados, se le caen. Cierra los ojos. Sueña.

     Camina en una llanura de hierba morada en cuyo horizonte se adivinan unas montañas custodiadas por unas langostas y, más allá, una serie de casas, y, más allá, una serie de castillos habitados por titanes, que lo mismo pueden ser polillas que caníbales o medusas. No hay nada fijo en ese lugar, todo muta de forma constante, deshaciendo y conservándose. Siente un montón de hormigas fluorescentes que comienzan por subirle a los pies y luego, antes de que se de cuenta, comienzan a llevarlo en una dirección completamente diferente, hacia abajo, hacia un río que no había visto.

     Un enorme hodorón, tumbando todo a su paso ahuyenta a las hormigas que salen volando para sumergirse en las nubes. El hodorón lo mira con fiereza y luego se alza sobre él espada en mano. El Hombre sin Nombre alza su sable sin siquiera pensarlo, y ambos se enlazan en una lucha mortal. El único lenguaje en común son los gruñidos. Después de lo que parecen horas, la espada del hodorón le atraviesa el pecho, haciéndole caer. La tierra se quiebra bajo sus rodillas y el Hombre sin Nombre comienza a caer, pues un volcán lejano ha estallado y todo lo que hay bajo sus pies se revela frágil y tenue.

     El Hombre sin Nombre cae hasta que se despierta tumbado a orillas de un mar ignoto. Las estrellas que danzan en el cielo no son las mismas, pero ya no le importa. Cree que por fin ha comprendido. Cierra los ojos, mientras civilizaciones enteras se alzan y caen.

sábado, 19 de diciembre de 2020

EL CONEJO II

 


     Alguna vez fue un conejo como todos los conejos. Un instinto ocupado en comer zanahorias y copular. Una criatura destinada a ser amada por los niños, perseguida por los zorros y enviada a la olla de vez en cuando para ser parte de un rico guiso. Ahora, todo ello no era más que un lejano recuerdo, una pequeña molestia pulsátil en la parte de atrás de su cabeza. El conejo había dejado de ser lo que era para convertirse en otra cosa.

     Caminaba ahora, un conejo blanco con unos grises ojos de palta desvaída, por campos y bosques que no terminaba de entender, un satélite de la voluntad de Eyanael. Así, el conejo se vio de repente en lo alto de una montaña, y, luego, desplazándose por el aire, rompiendo los límites del planeta y navegando por el espacio. Allá, donde ningún otro conejo había llegado antes, donde ninguno de su especie habría podido atreverse jamás.

     No tenía hambre. Tampoco tenía necesidad alguna de alimentarse, a decir verdad, lanzado más allá de la atmósfera, ni siquiera tenía necesidad de respirar. El conejo había dejado de obedecer las leyes de la física, de la química o de la misma existencia. De haber tenido algún tipo de consciencia, esta habría estado aullando de terror y sobrecogimiento en alguna parte de su cabeza. Sin embargo, era un conejo, por lo tanto, solo avanzaba a trompicones a través del espacio hasta llegar a la luna donde se quedó viviendo, pues a la voluntad que le habitaba le pareció gracioso que así fuera.

    El conejo, piel blanca, ojos grises, se quedó saltando en la fría superficie de la luna, donde en algún momento sería descubierto, ofreciendo más problemas de los que se proponía. 

sábado, 12 de diciembre de 2020

LOS SOÑADOS

 

-LOS SOÑADOS-

 

-          Quienes seguimos el Tarmadón no venimos de ningún lado, no pertenecemos a ningún tiempo; nuestra fe no tiene ningún origen, porque ningún sueño es preciso con su origen. Somos el sueño. Eso es algo que debes entender – dijo el acólito al hombre con el que conversaba -. Luego añadió, - nuestro mayor deseo es servir al Soñador.

 

Los soñados habían esparcido su fe a lo largo y ancho de los puntos cardinales y nadie recordaba cuando ni donde habían iniciado. Algunos historiadores afirmaban que su fe era tan antigua que su origen se remontaba a tres o cuatro milenios en el pasado, en tanto otros databan su existencia en unas pocas décadas. Su fe era simple y pura: todos somos el sueño de Eyanael, y no queremos que él despierte.

 

Dentro de su doctrina hay diferentes ramas también. Para algunos, Eyanael no es consciente que sueña. Para otros, Eyanael tiene un propósito con sus sueños, y en algunas ocasiones emplea las figuras de sus sueños -a quienes es fácil reconocer por sus ojos que refulgen como la plata- para influir en sus sueños, modificarlo o encontrar respuestas. Hay otros, los herejes, los malditos, que afirman que Eyanael es un idiota o un loco, y que sueña sabiendo a medias que lo hace, pero intentando entender sus propios sueños, sin saber muy bien la razón de hacerlo. Por último, hay una doctrina extrema que arriesga que existe el Soñador y los soñados, pero que hay otros, que llegan por momentos, y que se oponen a Eyanael y que aman el mundo de los sueños, y que siguen su propio camino. A ellos los llaman despiertos.

Darlon camina entre todos, habla con todos, aferra el sable, asiente y, para él, cuyo origen también se pierde en el tiempo, alguna forma de entendimiento se comienza a abrir paso.