sábado, 31 de agosto de 2019

LA BALLENA



Fue uno de los que escuchó el canto de la ballena, y con ellos se reunió al pie del valle. La ballena cantaba y ellos se embelesaban en las figuras que se iban formando en su mente; figuras que hablaban de un nuevo comienzo y de una nueva tierra erigida sobre las cenizas de la anterior; figuras que hablaban de una promesa.

Como él eran cientos de chicos los que escuchaban a la ballena, libres de la imposición de sus padres y del colegio y de todo lo que quisieran los mayores. Además, la ballena era sabia. No a la manera de los adultos, si no a la manera de los dioses. Había nadado miles de kilómetros en el océano y luego sobre la tierra llamando a sus seguidores para hablarles de la nueva tierra y la nueva promesa. Él había escuchado muchas veces esas promesas, y por eso no las creía. La había escuchado de los creadores de internet, y de los presidentes y de los youtubers, y de sus padres, e irremediablemente todos habían mentido. ¿Por qué creer entonces en la ballena?

Entonces ella le habló sólo a él, y en su escepticismo basó su iglesia. Aquella fue la mañana del Octavo día.  

sábado, 24 de agosto de 2019

Mundo

Desnudó el ojo de su mente sin que sus superiores se lo ordenaran. Desnudó el ojo de su mente en el instante justo en que terminaba el Jardín. Ya había creado el caballo y el diplodocus y el mamut lanudo y el tigre dientes de sable y el armadillo. Sólo le faltaba el culmen de su creación, pero justo entonces desnudó el ojo de su mente, el que le permitía atravesar el límite de los tiempos, el que le permitía leer el pasado y el futuro, y lo que vio no le gustó. Sintió que algo le atravesaba en lo profundo y dejó las cosas así, incompletas, lejos del Plan que sus superiores tenían para aquel mundo. Entonces descansó y vio lo que había hecho (y lo que había dejado de hacer) y le pareció bien. 

lunes, 5 de agosto de 2019

CLASE


Sucedió en el aula de clase.

Más exactamente en la clase de Martínez, el profesor de Geometría.
Martínez era el típico profesor cirujano. Un hombre viejo y cansado que hacía eones hacía parte del colegio, que tenía una voz cascada que era casi un susurro, y un andar vacilante. Pocos se acordaban de él al decir el discurso de graduación, aunque casi todos recordaron después que siempre tuvo una palabra, un gesto amable con ellos. Eso sucedió después, por supuesto, porque la única sensación que Martínez le producía a los estudiantes era sueño.

Por supuesto no todos reaccionan de la misma forma ante el sueño, y Camilo era de aquellos que respondía de la forma más burlona y altanera posible; de esos alumnos que daban zapes, tiraban papeles, pasaban notas, sacaba el celular y hablaba en clase. Aquel que de forma abierta, siempre desafiaba al profesor.

Ese día no era la excepción. Martínez llevaba ya 7 minutos alegando con Camilo, intentando que pusiera cuidado, cuando Andrés comenzó a castañetear los dientes. Eso fue lo primero, que de un momento a otro se comenzó a escuchar los dientes de Andrés golpeando entre ellos. Al principio, fue muy despacio, casi nadie lo oyó ene se primer momento, y luego cada vez más duro, al punto que Martínez y Camilo se callaron buscando el origen del sonido. Luego, Andrés se arqueó con gran violencia, empujando su mesa hacía adelante, casi clavándosela a María en la espalda, quien se volteó para gritar a Andrés hasta que vio que sus alumnos salieron disparadas a los costados. De una forma muy extraña, Andrés parecía casi acostarse sobre el respaldo de su asiento. Acostarse tal vez, no, sostenerse es más correcto, porque pronto los pies de Andrés también se alzaron, y luego vino la babaza. Una baba espesa y verdosa que comenzó a salir de los orificios de la cara de Andrés, ojos, nariz, orejas y boca comenzaron a caer sobre el piso y a regarse por todo el salón. Para no tocar ese líquido horrible, los estudiantes nos subimos a los puestos. Nunca había escuchado el salón tan en silencio. De hecho, nunca había escuchado el colegio tan en silencio, pues incluso los ruidos de los otros salones nos llegaban como si vinieran de muy lejos, tal vez de Marte o de Plutón. Fue en medio de ese silencio que Andrés habló, aunque no era su voz ni nadie entendió sus palabras. Era como un vómito puntuado por babaza que volaba por todo el salón, cayéndole a uno en la cara y a otros en la cara o en las manos. Era asqueroso, pero nosotros sólo podíamos ver.

Fue entonces cuando volteamos a ver a Martínez, En ese momento lo buscamos con la mirada porque no sabíamos qué hacer y él era el adulto, y si alguna vez habíamos necesitado un adulto que supiera qué hacer era en ese momento. Martínez tenía los ojos cerrados, mientras había cogido la regla con la que dibujaba la recta de los números naturales frente a él. La voz de Andrés, o lo que estuviera  en Andrés, comenzó a subir de volumen, mientras una lengua larga y puntiaguda comenzaba a salir de su boca. En ese momento me oriné encima. No me da pena decirlo, porque no fui el único que lo hizo. Juanita lo hizo, y creo que Julián también, aunque luego lo negó. Recuerdo eso, y recuerdo el olor; un olor fétido a alcantarilla, a animales muertos, a animales muchísimo tiempo muertos y removidos por los gusanos y los buitres y las cucarachas; un olor que hizo que nos saltaran las lágrimas y nosotros pensando que nos íbamos a morir, y el pendejo de Martínez que no hacía nada, y nadie venía en ese momento a ver qué pasaba, ni siquiera la secretaría que siempre interrumpía la clase, y mientras tanto la babaza que subía cada vez más.  Pensé que nunca iba a volver a ver la luz del sol, ni los calzones de Andrea cuando me di cuenta que había una voz que no logré identificar que comenzaba a elevarse, diciendo lo mismo una y otra vez aunque no entendía un carajo de lo que decía, solo que sonaba como Lorem ipsum dolor sit amet, una y otra vez. Y yo me volteó a mirar y veo que la voz era la de Martínez que ya no parecía ni tan viejo ni tan arrugado ni tan jorobado. Su voz era segura, muy segura. Lo que no supe era cuándo la regla había crecido y cambiado de forma, porque de repente era un palo grandísimo más alto que cualquiera de nosotros, un palo que Martínez tenía ahora en posición vertical frente a él, aunque ya no lo podía mirar bien porque la cara de Martínez estaba brillando. Entonces, recuerdo, que Martínez golpeó fuerte el palo contra el piso, y todos salió volando contra las paredes, y cuando digo todo, éramos todos también porque del palo salió una onda de luz pura, purísima, que nos obligó a  acerrar los ojos, mientras nuestros oídos amenazaban también con estallar porque la voz de Martínez había crecido muchísimo, como si fuera la voz de algún dios que hablara a través de él. Entonces todos nos estrellamos contra las paredes, incluso algunos dijeron que contra el mismo techo.

Cuando pudimos volver a ver, todos, incluido Andrés estábamos tirados en el piso. Recuerdo entonces que me volteé a mirar a Martínez y lo vi agarrado al báculo, con una rodilla en la tierra y con el rostro mostrado un cansancio como el que le vi a mi padre cuando años después moría de cáncer en el hospital. Era un rostro que tenía sobre sí todo el cansancio del mundo. Recuerdo que pensé entonces que Martínez se nos moría.

Fue entonces cuando entró la directora a preguntar que qué era todo ese escándalo. No se me ocurrió sino decirle, que a Martínez se le había ocurrido una dinámica y que por eso era el desorden, pero que era una muy buena dinámica que nos había ayudado mucho a todos. Escuché que los otros decís que sí, que ya ellos limpiaban y organizaban el salón.

Nadie volvió a decir nada sobre lo sucedido después, pero la clase de Geometría fue la más respetada desde ese entonces, y ese año, los que nos graduamos sólo tuvimos palabras de agradecimiento sobre Martínez. Decíamos, porque no sabíamos decirlo de otra forma, que él había echado al demonio de la ignorancia de nuestras cabezas y de nuestros corazones.