sábado, 29 de agosto de 2020

ENCUENTRO

 

                            -ENCUENTRO-

     Soñó otra vida. Una donde le llamaban señor y le quitaban una pesada prenda de vestir de su espalda; soñó que habitaba en una ciudad inmensa y extrañísima, con edificios que rasgaban las nubes hechos completamente de hielo; soñó con una mujer que le tomaba de la mano y caminaba con él y le sonreía; soñó con un ojo del color de la plata desvaída que se elevaba sobre el cielo oscuro y se clavaba en él día y noche hasta que la angustia lo derribaba y le iba corroyendo las entrañas; le iban desvaneciendo…

     Despertó abrumado en medio del bosque y se encontró con la larga figura de un hombre que lo contemplaba con fijeza.

-   ¿Qué eres? – preguntó el hombre.

El Hombre sin nombre no supo que contestar.

-   ¿De dónde vienes? – preguntó el hombre.

El Hombre sin nombre pensó en alguna forma posible de responder, pero solo se le ocurrió decir que venía del desierto, pero eso tampoco era muy exacto. Solo se sentía somnoliento y confuso. Además, le restó importancia al hombre porque no parecía ser una amenaza.

-   ¿Cuá es tu propósito? – insistió, entonces el hombre frente a él.

Al Hombre sin nombre le hubiera podido dar una respuesta a esa pregunta, pero la herida que el toro le había dejado le molestó de repente, y le obligó a dejar de ponerle cuidado por un momento. Cuando volvió la vista otra vez al frente, el hombre se había desvanecido. Debía ser parte del sueño, se dijo el Hombre sin nombre. Se lo dijo porque las personas no se solían desvanecer en medio de la nada. Por eso, y por sus ojos de vieja plata desvaída.  

 

 

 

          

sábado, 22 de agosto de 2020

MENDIGO

 

-MENDIGO-

Lo vio como un mendigo más en medio de otros; en medio de los llagados, los monjes, los libertos y los leprosos; solo una figura enrojecida bajo el sol, inclinada sobre sí misma, con un cuenco en las manos extendidas. No había orgullo ni vergüenza en él, solo una forma de habitar en el espacio. Contemplaba los músculos que se dibujaban bajo los harapos incoloros cuando escuchó los gritos que se acercaban y luego el retumbar bajo el puente de piedra. Entonces vio a la bestia. Una criatura del dios, un gigante oscuro que castigaba con sus pezuñas las escaleras y volaba directamente hacia donde ella estaba, con el fuego llameándole en los ojos. No pudo moverse, confesó en secreto sus pecados, mientras alguien le lanzaba al piso y alguien más le clavaba un tacón en las piernas. Solo supo aovillarse  esperar. Anticipó los cuernos desgarrándole la carne; las pezuñas reduciéndole a pulpa las carnes, para luego ser levantada y lanzada por la balaustrada hacia el fondo del abismo. No pasó nada de eso, aunque el bramido estaba prácticamente sobre ella. Sin embargo, el bramido no era el mismo, algo lo contenía y refrenaba. Abrió los ojos.

En mitad del puente el Hombre de negro había agarrado a la bestia por los cuernos y la hacía recular con lentitud hacia las escaleras. El toro bramaba encolerizado, resoplaba y su hocico se perlaba de sudor mientras intentaba deshacerse del obstáculo inesperado. Nadie en Mitra, más que ella, era testigo de la situación, y el miedo anidó en su corazón, porque los designios del dios estaban siendo estorbados, porque ella debía ser solo despojos. Frente a sus ojos la lucha seguí y el Hombre de negro ganaba cada vez más terrenos y las pezuñas traseras del toro trastabillaban al toparse finalmente con los primeros escalones. Entonces perdió el equilibrio, momento que el Hombre de negro aprovechó para aumentar la fuerza de su impulso y humillar la testa de la bestia que finalmente reculó y volvió por donde había venido.

Eran las cinco de la tarde y la mujer notó con horror que no debía tratarse de ningún hombre aunque así lo pareciera, pues su cuerpo no proyectaba ninguna sombra sobre el blanco puente de mitra y ninguna luz animaba esos ojos. Entonces corrió, corrió todo lo que pudo, alejándose de bestias y de hombres, corrió hasta que sus pies sangraron. Y aun entonces no se detuvo. Siguió corriendo hasta que las puertas del templo se abrieron ante ella y encontró una hermana que la escuchó entre lágrimas y sollozos.

La alarma fue dada y un regimiento completo salió hacia el puente para detener al intruso, al enemigo, a la criatura del inframundo que se hallaba entre ellos. No se supo nada de ellos hasta el amanecer del día siguiente. Su sangre tenía de rojo por completo el puente principal de la ciudad de Mitra. Hubo alguien, sólo un chiquillo, que dijo que el hombre de negro solo había marchado después de ello hacia el sur.

sábado, 15 de agosto de 2020

CANSANCIO

 

-   CANSANCIO -

El gigante solo vio una figura muy pequeña a sus pies y no le importó aplastarla. Solo quedó una mancha informe de carne blanquecina en medio de ninguna parte durante mucho tiempo. Nadie hubo, empero, para escuchar los lamentos, para escuchar los quejidos. Nadie hubo para ver como la figura se iba recomponiendo al paso de los días y las noches, de la lenta migración de las estrellas, hasta volver a semejar un ser humano. Entonces, el Hombre de Negro volvió a caminar.

Llegó a una pequeña aldea en medio de la noche. Los habitantes vieron una criatura fantasmal que salía de ninguna parte. No se detuvieron a escucharla, la lancearon y la quemaron antes de enterrarla, siguiendo los ritos que hacían muchas generaciones no tenían que utilizar contra los enviados del más allá. Sintió como lo consumía el fuego y escuchó los cantos; sintió las lanzas atravesando y desgarrando sus carnes; sintió la tierra entrando en sus heridas, en sus músculos cauterizados. Y luego, la bendición de la oscuridad y el silencio. Al menos, hasta que el aire también se fue. Pasaron días hasta que pudo salir de nuevo bajo la luz de las estrellas.

Pasó un tiempo hasta que se encontró con un grupo de bandidos en medio de la nada. No tenía nada que entregarles, así que lo vendieron como esclavo en los mercados de la lejana Nistumare.

Fue azotado, abofeteado, pateado y desgarrado un montó de veces hasta que en algún momento le amputaron un brazo, y para gran inquietud de su amo, el brazo volvió a crecer. Entonces fue tenido por brujo, pero mucho antes de ser entregado de nuevo a las llamas, el amo y sus amigos se reunieron a su alrededor y lo mutilaron de las más diversas formas mientras apostaban que parte de su cuerpo se regeneraba más rápido. Luego, fue entregado a los sacerdotes, a quienes les avisaron que no podía morir. Fue entonces quemado, descuartizado y reducido a cenizas durante años, antes de que el imperio cayera, como tantos otros imperios, y Nistumare fuera borrada de la faz de la tierra.

Se quedó ahí en medio de un pozo, una cosa semipodrida, un odre reseco, que no conocía nada más allá del dolor; que no sabía de amistad ni confianza ni cariño. Un hombre que sólo tenía la certeza de que no podía morir. Con ese conocimiento salió de las ruinas de la antigua ciudad de Nistumare. Con ese único conocimiento comenzó de nuevo a caminar.   

sábado, 8 de agosto de 2020

PREGUNTAS

 

 -PREGUNTAS-

Al caer la noche sintió frío y cansancio.

Se dirigió a la vera del camino y se sentó recostado contra el tronco de un árbol. Miró sus manos, manchadas de sangre y curtidas ya por el sol.

Sobre él se alzaba una pequeña línea curva que saludaba un nuevo ciclo. Por primera vez se preguntó acerca de su camino y su destino. Escuchó voces a lo lejos que se acercaban. Sin saber muy bien por qué se adentró en el bosque y observó desde lo lejos. Solo se trataba de un hombre y una niña que llevaban un farol. Ambos hablaban, aunque el peso de la conversación recaía sobre ella. En algún momento la niña preguntó sobre la muerte y el hombre le respondió que era un silencio infinito, que no podía ser roto por ningún sonido. La niña pareció pensar por un momento en esas palabras. Entonces preguntó de nuevo si él había muerto alguna vez para saber eso. El hombre no dijo nada. Luego le pidió que se apurara. El hombre sin nombre los seguía por el bosque procurando no hacer ruido. Sin embargo, algo debió delatarlo, pues el hombre se detuvo, levantó el farol ante él buscando detener la oscuridad, y su mirada taladró el bosque. Apuró aún más el paso. La niña repitió la pregunta, y el hombre le respondió que sí. Que en su juventud había tenido que combatir en una de las guerras de su Señor y que lo habían herido y lo habían dejado por muerto, que efectivamente él había estado muerto, que había visto a una mujer dulcísima vestida de blanco con un velo azulado en torno a su cuello. Que eso era todo lo que recordaba, eso y el silencio. Un silencio como no ha vuelto a sentir jamás, un silencio que se le metió en los huesos, pero que alguien lo sacó de ahí y lo trajo de nuevo al bullicio que era la vida.

Entonces el hombre rompió a llorar. Sollozos callados que la niña no se atrevió ya a interrumpir.

El Hombre sin Nombre los siguió con la vista hasta que se perdieron en un recodo. Solo un hombre y una niña que se defendían con un farol de la oscuridad y de todo lo que en ella se podía ocultar. Durante mucho tiempo se quedó con la vista clavada en el camino sin saber muy bien que esperar. Luego buscó un lugar donde dormir y descansar.