sábado, 26 de septiembre de 2020

CUANDO LLEGARON LOS MONSTRUOS

 

CUANDO LLEGARON LOS MONSTRUOS

     Cuando llegaron los monstruos nadie estaba preparado. No había ninguna profecía para ellos, los cazadores no habían visto huellas, los chismosos no habían escuchado nada, ninguna oveja había desaparecido, ningún perro se había mostrado aterrorizado.

     Cuando llegaron los monstruos, lo hicieron por montones, con las garras, tenazas, brazos, pezuñas en el aire; con los hocicos, los dientes, mandíbulas, abiertos y manando sangre; hollando el suelo bajo sus pies, poseídos por una ira antigua que lo carcomía. No respetaron nada, iglesias, tabernas, templos, granjas, casas, burdeles, mansiones, todas fueron arrasadas.

     Cuando llegaron los monstruos devoraron por igual gatos, ovejas, niños, ancianos, perros, sapos y serpientes. Fueron un océano indetenible que se vino encima del pueblo en un solo instante sin tregua ni descanso; una marejada; una herida; un desgarro…

     Cuando llegaron los monstruos se encontraron casi al final del pueblo un Hombre vestido de Negro que se resistió a ellos armado tan solo con una hoz. Un tentáculo seguía aferrado a su brazo; una tenaza había abierto su extraña carne blanca; una pezuña le había dejado su marca en medio de los ojos; pero el Hombre de negro no cejaba y rompía huesos, cortaba extremidades, rompía colmillos, rasgaba la carne y trituraba tenazas, mientras a su alrededor se apilaban los cuerpos.

     Cuando llegaron los monstruos o sabían que era su última embestida, que tendrían que pelear toda la noche y toda la mañana, sin tregua ni concierto, contra una figura de la que solo habían escuchado en los cuentos. Aún al amanecer se escucharon los lamentos, mientras el Hombre de Negro seguía, con calma, dándoles a todos la paz.

sábado, 19 de septiembre de 2020

LA ORDEN

 

     Una nueva doctrina se impuso de repente en el imperio (el hecho de que hoy sea una doctrina olvidada no importa mucho, pues su libro está siendo redescubierto, reescrito, dirían algunos). La doctrina del sueño. Según ella, toda la existencia no era más que el sueño de una deidad incomprensible que buscaba encontrarle sentido a la existencia. Esa doctrina, sustentada en un extraño volumen llamado Tarmadon, se impuso con prontitud y trajo cierta paz a los habitantes del imperio.

Pronto los templos dedicados al dios del sueño, se extendieron por doquier y en él se congregaban los creyentes a hablar de las imágenes que contemplaban cuando dormían. En ocasiones, algún soñador era llamado por un sacerdote y no se le volvía a ver en la ciudad, desaparecía su nombre, su historia, cualquier razón de su existencia. No había funeral ni búsqueda ni dolientes. Había historia de quien lo reconocía muchos años después en otro templo en otro confín del imperio. Sin embargo, esas afirmaciones eran tenidas por delirios, por visiones.

En algún momento el Hombre de Negro recordó su sueño con el hombre de ojos de plata desvaída y acudió a contar su sueño a uno de los templos. Un sacerdote le escuchó, y mientras lo hacía se le subieron los colores al rostro y empezó a empujar al hombre de Negro del templo. Nunca había sucedido, nunca volvió a suceder.

Esa noche el Hombre de negro volvió a soñar con la figura de ojos de plata. Soñaba que sonreía.

sábado, 12 de septiembre de 2020

BLANCO

 

     Lo llamaron Blanco, que en la jerga del país quiere decir fantasma, que quiere decir sin color, que quiere decir sin sombra, que quiere decir nadie. Lo llamaron Blanco, porque no supo responder acerca de su nombre ni su origen ni su destino. Al igual que él mismo, no sabían nada de su búsqueda, pero había salvado al hijo de Ayola de caer por el abismo y eso fue suficiente para ellos.

     Lo llamaron Blanco y le dieron algo de ropa y un oficio, pues tenía más fuerza de la que parecía, era incansable y parecía que nada le diera vergüenza. No sonreía nunca, pero tampoco nunca se le veía de mal genio ni borracho en la taberna. Eso fue suficiente para Adriana, que un día llamó a Blanco para que tuviera un techo, aunque fuera el cobertizo donde refugiarse. Otro día, le invitó a comer algo a la caída de la tarde, y luego no quiso ya que saliera y se fuera a mirar con sus ojos perdidos a la nada, a cualquier lugar; sino que se calentara su lecho y un poco, también, su corazón. Gritó el nombre de Blanco cerca de la medianoche con tanta fuerza, que alguna vecina le oyó y se sonrió antes de volver a dormir, porque ya había anticipado todo aquello.

     Así que un día Blanco se sorprendió a sí mismo pensando en una cerca que arreglar al día siguiente. Otro día obligó a Narum a disculparse por haber mascullado algo acerca de lo buena potranca que era Adriana.     

     Una noche cualquiera salió a traer agua del pozo cuando vio una sombra cerca del bosque, con largas manos colgando a su costado y con ojos de vieja plata desvaída, que parecía sonreír. Blanco se quedó mirándolo con fijeza hasta que la sombra, sin volver nunca la espalda, se hundió de nuevo en las tinieblas de esa noche sin luna. No pudo dormir. En sus sueños sintió el retumbar de los cascos del ejército sobre la tierra; sintió como el engranaje que movía la maquinaria de los mundos se ponía en marcha otra vez; cuando quiso reaccionar ya era tarde, ya e ejercito del emperador, espoleado por el sumo sacerdote de Mitra, había aplastado la cabeza de Ayora y cortado en dos a Ferso, el panadero; y hundido en el fango el cuerpo de Nerum. Él mismo, fue obligado a ver como violaban a Adriana y luego la abrían en canal sacándole algo del vientre que no supo reconocer bien. Luego el silencio y la oscuridad.

     Solo silencio y oscuridad que se alternaron un día tras otro en una celda sin que nadie le dijera ni le preguntara nada ni respondiera a sus gritos, hasta que de pronto pasaron cincuenta años, y hubo una nueva generación en el poder y alguien lo descubrió tirado, reducido a nada, perdido su nombre, en el fondo de las mazmorras del caído emperador, olvidado ya su nombre, olvidado ya el culto a Mitra.