sábado, 12 de septiembre de 2020

BLANCO

 

     Lo llamaron Blanco, que en la jerga del país quiere decir fantasma, que quiere decir sin color, que quiere decir sin sombra, que quiere decir nadie. Lo llamaron Blanco, porque no supo responder acerca de su nombre ni su origen ni su destino. Al igual que él mismo, no sabían nada de su búsqueda, pero había salvado al hijo de Ayola de caer por el abismo y eso fue suficiente para ellos.

     Lo llamaron Blanco y le dieron algo de ropa y un oficio, pues tenía más fuerza de la que parecía, era incansable y parecía que nada le diera vergüenza. No sonreía nunca, pero tampoco nunca se le veía de mal genio ni borracho en la taberna. Eso fue suficiente para Adriana, que un día llamó a Blanco para que tuviera un techo, aunque fuera el cobertizo donde refugiarse. Otro día, le invitó a comer algo a la caída de la tarde, y luego no quiso ya que saliera y se fuera a mirar con sus ojos perdidos a la nada, a cualquier lugar; sino que se calentara su lecho y un poco, también, su corazón. Gritó el nombre de Blanco cerca de la medianoche con tanta fuerza, que alguna vecina le oyó y se sonrió antes de volver a dormir, porque ya había anticipado todo aquello.

     Así que un día Blanco se sorprendió a sí mismo pensando en una cerca que arreglar al día siguiente. Otro día obligó a Narum a disculparse por haber mascullado algo acerca de lo buena potranca que era Adriana.     

     Una noche cualquiera salió a traer agua del pozo cuando vio una sombra cerca del bosque, con largas manos colgando a su costado y con ojos de vieja plata desvaída, que parecía sonreír. Blanco se quedó mirándolo con fijeza hasta que la sombra, sin volver nunca la espalda, se hundió de nuevo en las tinieblas de esa noche sin luna. No pudo dormir. En sus sueños sintió el retumbar de los cascos del ejército sobre la tierra; sintió como el engranaje que movía la maquinaria de los mundos se ponía en marcha otra vez; cuando quiso reaccionar ya era tarde, ya e ejercito del emperador, espoleado por el sumo sacerdote de Mitra, había aplastado la cabeza de Ayora y cortado en dos a Ferso, el panadero; y hundido en el fango el cuerpo de Nerum. Él mismo, fue obligado a ver como violaban a Adriana y luego la abrían en canal sacándole algo del vientre que no supo reconocer bien. Luego el silencio y la oscuridad.

     Solo silencio y oscuridad que se alternaron un día tras otro en una celda sin que nadie le dijera ni le preguntara nada ni respondiera a sus gritos, hasta que de pronto pasaron cincuenta años, y hubo una nueva generación en el poder y alguien lo descubrió tirado, reducido a nada, perdido su nombre, en el fondo de las mazmorras del caído emperador, olvidado ya su nombre, olvidado ya el culto a Mitra.  

    

 

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