lunes, 4 de abril de 2022

ZORRA

 


ZORRA

     No sabía la zorra cuantos inviernos había pasado sola. Había pensado que estaba bien así hasta que cerca a su cubil una mañana apareció una ardilla. Le gustaba verla en la mañana antes de salir a cazar y le gustaba verla en la tarde leer un libro antes de ir a dormir. Por supuesto, es de todos sabido que las ardillas no son animales solitarios, así que a la zorra no le sorprendió ver que una tarde la ardilla ya no estaba sola. Primero llegó otra ardilla y luego pequeñas ardillas que alborotaban por doquier. Todo ello satisfizo a la zorra.

     Entonces llegaron los perros. Aunque no se cobraron víctimas la familia se dispersó. De forma ocasional la zorra reconocía a algunos de los pequeños a partir de los rastros que dejaban. Algunas veces se sorprendía preguntándose que sería de ellos mientras desgarraba la pata de una paloma que había cazado aquella tarde.

     La zorra envejeció y una tarde murió. Nadie supo de la muerte de la zorra, a lo sumo una ardilla que pasaba por ahí y que nunca supo que la muerte siempre estuvo atenta a ella desde su cubil.

AXZNEL XII

 



AXZNEL XII

     Hubo un momento en que enloquecí. Hubo un momento en que supe que algo había retorcido las leyes de la realidad como yo las concebía; comprendí por fin hasta que punto todo era fútil y deleznable; comprendí a Axznel. Todo eso sucedió en algún momento entre mi visión de una y otra ventana, entre ver a los perros dimensionales y lo que habían lanzado al otro lado, que era, por supuesto el Hijo de Nut. Tomé El Tarmadón mientras urdí un hechizo de ocultamiento para poder salir de la casa.

     Detrás de mí la jauría se lanzó contra Axznel en tanto este se alzaba hacia el cielo. No me quedé a ver lo que sucedía. Me preocupaban mis hermanos, mis amigos, mis conocidos de toda la vida, pero, no temo decirlo, me preocupaba mi vida. Me lancé hacia el lado donde el caos no estaba sucediendo, y al parecer no fui al único al que se le ocurrió; pronto detrás y a mi lado se comenzó a congregar una pequeña multitud que buscaba ocultarse en el corazón del bosque. Si en ese momento un oso hubiese osado cruzarse en nuestro camino, simplemente lo hubiésemos avasallado.

     No puedo saber cuánto tiempo corrimos ni escapamos. Sé que llegué entre otros tantos y que detrás nuestro se elevaba una humareda espesa. Sé que sobre los árboles comenzamos a escuchar gorjeos graves, lo que nos obligó a subir las vista para encontrarnos con un pequeño pelotón de giftys.

     En otro momento la vista me habría alegrado, pero hubo un tiempo en que nuestro pueblo había sido guarida de cazadores, y no creo que las cicatrices hubieran sanado nuestra relación con los gifty. Los vi altos, exóticos, exuberantes y, cuando la lanza se clavó ante mis pies, hostiles.

     Habíamos salido de la sartén para caer en el suelo.