sábado, 28 de noviembre de 2020

 

-EL CONEJO-

(REALIDAD IV)

 

     Se vieron a los ojos. Él, derrumbado, agotado y sintiéndose miserable; él, una bola de algodón refulgente que reflejaba la luz del sol y que sólo movía la nariz. Se miraron por lo que apreció una eternidad, después de la cual el conejo comenzó a saltar y Darlon se obligó a levantarse y a seguirlo con la mirada. Nada más había cambiado, pero donde hay un conejo, al menos uno tan saludable como parecía este, debía, por necesidad haber algo más, una granja, un perro del infierno, una taberna o un bosque, pero algo debía haber.

O al menos la ilusión de algo, susurró una voz en la cabeza de Darlon Noar. Una voz acerada que reconoció como propia.

Cerca de sus pies, el conejo parecía alimentarse de algo invisible, al menos para él. Parecía feliz en su simple existencia de conejo. Cuando Darlon lo agarró no opuso ninguna resistencia. De su hócico salía un olor a hierba mojada. De repente, el conejo se envaró por un momento y sus ojos cambiaron al gris. El gris de la pata desvaída. El conejo lo miró, y pareció esbozar una sonrisa taimada, luego pateó con sus patas traseras el rostro de Darlon, quien de sorpresa lo soltó. Viéndose libre, el conejo se perdió en la inmensidad del desierto mientras Darlon lo perseguía. Se esfumó de un momento a otro, como si jamás hubiera existido.

Darlon Noar maldijo a todos los encantadores, habidos y por haber sobre las faces de los mundos, abrió los ojos y se obligó a despertar.

Ante él, se erguían las Montañas Azules, medio mundo más lejos que todo lo que conocía. Se encontró en medio de un riachuelo que lamía sus pies, y cómo no sabía hacer otra cosa, comenzó a caminar.  

sábado, 21 de noviembre de 2020

REALIDAD III

 


-REALIDAD III-

     Mucho duró el desierto y mucho duró su caminar. Al dormir invariablemente, soñaba con Antora, con su risa, con su cabello, con la absurda estola azul en su cuello. Ella le contemplaba a su vez, pero nunca le decía una sola palabra.  

     Despertaba con arena en los labios, arena en las botas, arena en todo el cuerpo. Sólo había arena doquiera mirase. Un resplandor dorado absurdo que lo enceguecía, aunque no importase, porque el paisaje de locura era el mismo día tras día, con el mismo sol que no se movía un ápice del cenit y contra el que nada podía hacer.

     Caminaba hasta que sentía que necesitaba parar. No era exactamente cansancio lo que sentía, solo desaliento. Entonces se enterraba en la arena para descansar algún tiempo que ya no sabía medir de ninguna forma.

     Al principio pensaba en el pueblo que tenía que rescatar. Luego, poco a poco, esa urgencia fue remitiendo, desgastada por el sol, la arena y el horizonte. Luego comenzó a pesar en lo que haría al final del desierto, pues todo habría de tener un final. Ahora, solo pensaba en el siguiente paso que tendría que dar.

Un día, sus piernas simplemente lo traicionaron y dio con su cuerpo en tierra. Se quedó tirado, pues en su largo tiempo de vida, era la primera vez que su cuerpo le fallaba. Sintió que estaba gastado, que hacía mucho tiempo no pensaba en absolutamente nada que no fuera el sol y la arena, la arena y el sol.

Habría llorado de haberlo podido hacer.

Fue ahí, en medio (o a un lado, o arriba, o abajo, las direcciones habían dejado de tener sentido alguno) del desierto cuando se encontró con el conejo.

sábado, 14 de noviembre de 2020

- REALIDAD II –

 

-REALIDAD II-

El dragón era más grande y con más dientes de los que recordaba. Había en él una actitud más fiera, una sed de sangre que no recordaba en ningún momento. Era con si el dragón tuviera como misión única en su existencia destruir al Hombre de negro. Lo acometía con fauces y fuego, lo embestía con cuernos, lo amenazaba con alas y lo castigaba con una cola poderosa que restallaba como un látigo. Cada instante era cuestión de vida o muerte y en su lucha habían terminado con no menos de tres bosques.

Caballeros llegaron en su ayuda y fueron despachados como moscas apestosas; dos brujas que quisieron mezclar las antiguas artes fueron aplastadas cual gusanos; hubo también un asunto con un pequeño dios que se le atoró a la bestia entre los colmillos.

Todo ataque era infructuoso. Toda defensa inútil. Darlon Noar sudaba mientras intentaba cubrirse y atacar. Buscaba detener a la bestia al menos lo suficiente para que el castillo fuera evacuado. La bestia avanzaba. Darlon reculaba.  

Finalmente, después de lo que había parecido una eternidad, Darlon vio un punto descubierto detrás de la oreja de la bestia, una cosa de nada, algo como un sueño, como una ilusión.

Con bravura, no exenta de temeridad absurda, Darlon esquivó los ataques del dragón; adivinó la marea de fuego, escaló por las escamas de la bestia y le pinchó con la punta de la espada. Un único pinchazo que no llegó a penetrar la carne, pues al instante esta se deshizo, se volvió niebla, humo, nada.

Darlon cayó y lo hizo durante mucho tiempo mientras veía como todo a su alrededor de deshacía y resonaba una tenue carcajada que se iba, se alejaba…

Se levantó en medio del desierto, en medio de la nada, de ninguna parte. El sol era una esfera de fuego justo sobre él. No proyectaba sombra alguna sobre la ardiente arena. No podía hacer nada más, así que eligió un rumbo cualquiera y comenzó a caminar.

 

sábado, 7 de noviembre de 2020

REALIDAD (I)

 

-REALIDAD-

(I)

     Su única guía era el sueño. Cuando despertó la realidad había cambiado, algo había en su textura que no era la de siempre, como si el aire fuera más denso y el agua más espesa; como si de alguna manera las cosas hubieran ganado algo de color, y al mismo tiempo tuvieran la fragilidad del papel.

     Al principio cada paso le costó. Sin embargo, descubrió, al ceñirse el sable al cinto, que las cosas recuperaban algo de su normalidad.   

     Caminó hacia el Este, porque en el sueño el pueblo había sido mudado hacia el Este, pero no había ninguna huella o pista en el camino. Después de caminar unas tres horas, se preguntó si el que había sido mudado no habría sido él, porque recordaba que a tres horas de camino estaba el pueblo donde comerciaba con los cerdos e intercambiaba rumores con un viejo herrero. Empero, no había señal de herreros ni de cerdos, ni mucho menos de pueblo. A medida que avanzaba notó también que el sol no se movía de su lugar, que permanecía inmóvil en el horizonte y parecía un poco más grande y más rojo de lo normal. Miró a tras y descubrió que solo había oscuridad.  

     El hombre que alguna vez no había tenido nombre, que no proyectaba sombra y acaso no tenía sangre en las venas; que no podía morir y que había vivido a través de eras innumerables, sospechó entonces que la aventura que apenas comenzaba iba a ser más complicada de lo que sospechaba en un principio.

     Miró de nuevo hacia el frente, en la dirección que el sueño había indicado, se encogió de hombros, y sin más por hacer reemprendió su caminar.