sábado, 5 de septiembre de 2020

NOMBRES

 


-NOMBRES-

Lo llamaban de muchas formas: Esto, aquello, tú, bastardo, eso, criatura, imbécil, y él se movía ante ese llamado. La cabeza gacha, los hombros y la espalda encorvados, la mirada baja, sin brillo. No había ningún espíritu ahí, ningún anhelo. A veces en medio de la noche, murmuraba el nombre de Umeret antes de desvanecerse de nuevo en la oscuridad. No había sueños tampoco.

Sin embargo, había caminado y había dejado un tenue rastro de sangre en su camino. A veces propia, muchas veces de sus adversarios. Su historia comenzó entonces como un rumor. Un par de palabras que se decían en una taberna mal iluminada. El tiempo acrecentó sus rasgos. Idiota, decían las primeras versiones. Harapos, era otra palabra que se mencionaba con frecuencia. Poco a poco la visión fue ganando nitidez. Decía que no tenía sombra ni color ni podía conocer a Antora. Dijeron que no sabía nada, ni nadie sabía nada de él. Lo llamaron Hombre sin sombra, Hombre sin nombre, Hombre sin voz. Lo llamaron albino. Luego, las mismas historias deformaron sus rasgos. Lo hicieron altísimo, enorme, del tamaño de dos, de tres hombres; con músculos como barriles, con la mirada de fuego; usaba una lanza y un escudo; usaba un puñal; tenía una espada de fuego; mataba con la mirada; mataba con sus pedos.

Algunas veces las historias llegaron a oídos de los reyes a través de los bufones y las criadas. En alguna ocasión, una cortesana contó también algo de un hombre deteniendo un toro en medio de un puente. Tenía ojos de hielo, y al caminar arrancaba chispas del suelo.

Alguna vez en una plaza contaban su historia, aquella de cómo llegó al continente mecido por el mar. El hombre sin nombre se acercó curioso buscando escuchar mejor al trovador. Quítate de aquí, bastardo, le espetó un hombre mientras le empujaba y le hacía caer.

0 comentarios: