sábado, 22 de agosto de 2020

MENDIGO

 

-MENDIGO-

Lo vio como un mendigo más en medio de otros; en medio de los llagados, los monjes, los libertos y los leprosos; solo una figura enrojecida bajo el sol, inclinada sobre sí misma, con un cuenco en las manos extendidas. No había orgullo ni vergüenza en él, solo una forma de habitar en el espacio. Contemplaba los músculos que se dibujaban bajo los harapos incoloros cuando escuchó los gritos que se acercaban y luego el retumbar bajo el puente de piedra. Entonces vio a la bestia. Una criatura del dios, un gigante oscuro que castigaba con sus pezuñas las escaleras y volaba directamente hacia donde ella estaba, con el fuego llameándole en los ojos. No pudo moverse, confesó en secreto sus pecados, mientras alguien le lanzaba al piso y alguien más le clavaba un tacón en las piernas. Solo supo aovillarse  esperar. Anticipó los cuernos desgarrándole la carne; las pezuñas reduciéndole a pulpa las carnes, para luego ser levantada y lanzada por la balaustrada hacia el fondo del abismo. No pasó nada de eso, aunque el bramido estaba prácticamente sobre ella. Sin embargo, el bramido no era el mismo, algo lo contenía y refrenaba. Abrió los ojos.

En mitad del puente el Hombre de negro había agarrado a la bestia por los cuernos y la hacía recular con lentitud hacia las escaleras. El toro bramaba encolerizado, resoplaba y su hocico se perlaba de sudor mientras intentaba deshacerse del obstáculo inesperado. Nadie en Mitra, más que ella, era testigo de la situación, y el miedo anidó en su corazón, porque los designios del dios estaban siendo estorbados, porque ella debía ser solo despojos. Frente a sus ojos la lucha seguí y el Hombre de negro ganaba cada vez más terrenos y las pezuñas traseras del toro trastabillaban al toparse finalmente con los primeros escalones. Entonces perdió el equilibrio, momento que el Hombre de negro aprovechó para aumentar la fuerza de su impulso y humillar la testa de la bestia que finalmente reculó y volvió por donde había venido.

Eran las cinco de la tarde y la mujer notó con horror que no debía tratarse de ningún hombre aunque así lo pareciera, pues su cuerpo no proyectaba ninguna sombra sobre el blanco puente de mitra y ninguna luz animaba esos ojos. Entonces corrió, corrió todo lo que pudo, alejándose de bestias y de hombres, corrió hasta que sus pies sangraron. Y aun entonces no se detuvo. Siguió corriendo hasta que las puertas del templo se abrieron ante ella y encontró una hermana que la escuchó entre lágrimas y sollozos.

La alarma fue dada y un regimiento completo salió hacia el puente para detener al intruso, al enemigo, a la criatura del inframundo que se hallaba entre ellos. No se supo nada de ellos hasta el amanecer del día siguiente. Su sangre tenía de rojo por completo el puente principal de la ciudad de Mitra. Hubo alguien, sólo un chiquillo, que dijo que el hombre de negro solo había marchado después de ello hacia el sur.

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