domingo, 25 de octubre de 2009

AMÉRICA: Un montón de imágenes rotas

“Un montón de imágenes rotas”
T.S. Elliot.

Intro.
Nuestra América es el producto del choque entre civilizaciones en diferentes estadíos de desarrollo. Este tipo de encuentros han tenido lugar a lo largo y lo ancho de todo el mundo y a través de la larga diacronía de nuestra existencia. Sin embargo ha sido la única vez en que tantas y ricas culturas se han encontrado, así, tan de repente.
En un choque de dos civilizaciones (griegos y romanos, sumerios y babilonios, egipcios y hebreos) siempre habrá una cultura que sea dominada y otra quien somete hasta llegar a la imposición de una sobre la otra o a la creación de una mixtura que enriquezca a ambas culturas. Mas, cuando hablamos del encuentro de mundos tan lejanos y extraños entre sí tenemos que tener en cuenta que se producen fenómenos extraños que no sólo tienen que ver con el derramamiento de sangre y la sumisión de una cultura ante otra. En nuestro caso la densidad poblacional y la riqueza cultural era tal que tarde o temprano los pueblos sometidos tenían que escapar e intentar reconstruir su identidad perdida bajo las huellas de los caballos, sumergida en galeones perdidos en el fondo del océano, escondida, como en un palimpsesto bajo la última capa recién pintada de la biblia o en los diversos procesos de mestizaje.
En el campo literario, por supuesto, eso no ha sido menos cierto. Ya en el barroco la voz de Sor Juana Inés de la Cruz se hizo escuchar con ritmos y sabores propios que aún eran impensables en Europa. Posteriormente el pueblo Americano comenzó a buscar las formas que les eran propias a través del redescubrimiento de su propia cultura oral y en una mirada crítica hacía la forma en que Europa afectaba a América. Pero será el modernismo el espejo en el que de alguna manera América podrá reconocer sus rasgos más fuertes y propios e identificarse en un montón de imágenes rotas en las que convergen Francia y Nemrod, Oriente y Séneca, la desolación –como en Quiroga – y lo cosmopolita –como en Silva; más aún (y es curioso ver como esto sucede) cuando la poesía adopta sus propias formas diferenciándose de la tradicional influencia hispana y adopta también la prosa como vehículo para su expresión. Se tratará por supuesto de una prosa muy rítmica pero prosa al fin y al cabo. Así, las rígidas formas españolas, última suerte de ataduras de la colonización – ataduras hechas de palabras, rimas, estructuras y, en últimas, toda una forma de ver el mundo-, se ven reemplazadas por la búsqueda de nuevos reflejos a todo lo ancho y largo del globo terráqueo.

Primera variación: Los rostros del espejo.
Aunque el grande, el inmenso, el rostro reconocido ahora como la cumbre del movimiento modernista es Rubén Darío uno de los precursores es sin duda alguna José Martí.
En Martí se encuentran varios elementos importantes: lo político, lo pedagógico, lo universalista (reconoce un mismo fenómeno, como el juego del palo, en diferentes culturas) y lo moral.
La “Edad de Oro”, esa suerte de periódico, de publicación pedagógica, de preceptiva moral dirigido a los niños va construyendo, exigiendo, un ideal de hombre:
Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.
Y más adelante:
"Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado."
Y luego:
"Los que no quieren saber son de la raza mala[1]."
Martí parece no reconocer medias tintas, no justifica ni hace concesiones, se está de un lado u otro y es el conocimiento y el dominio de la lengua lo que hace ser bueno a alguien. Este es quizás uno de los aspectos más relevantes de la obra de Martí, su proyecto de construcción no sólo se dirigió a intelectuales y académicos, previó la necesidad de construir hacia el futuro, de sembrar semillas que llevaran su mensaje hacia el futuro.
Por supuesto que no sería el único. Al igual que Martí, Rodó pretendería educar a los jóvenes en su proyecto de utopía a través del Ariel. Sin embargo, el propósito de Rodó se quedaría solamente en eso puesto que parecía desconocer el contexto en que América se movía, engolosinado quizás con los cánones franceses o con su miedo a los adelantos técnicos norteamericanos que se olvido del mundo en el que estaba viviendo. Un mundo de desposeídos, de parias, de condenados furiosos, una América de desarraigados y olvidados.
Hablemos de Silva. Cómo olvidar a Silva. José Presunción, le llamaban. El Dandy, era otro de sus apodos. Preciosista, melancólico, algunos han sugerido incluso una relación incestuosa con su hermana. Silva ha sido uno de los autores más emblemáticos de América y de Colombia entera pero ese recuerdo y ese lugar se logró con el tiempo, con el reconocimiento de sus iguales y no siempre con los de sus compatriotas.
Segunda variación: El movimiento.
Octavio Paz, en su ensayo “El Caracol y la Sirena”, define entre otras tantas formas al modernismo como una
"…fuga de la actualidad local –que era a sus ojos, un anacronismo- en busca de una actualidad universal, la única y verdadera actualidad."
Los modernistas, con Rubén Darío a la cabeza, consideraron el tiempo no como el valor subjetivo que puede tener una persona o una cultura sino como una visión objetiva que debía alcanzar por fin a América.
Esta ilusión, este considerarse hijos de un ahora, puso a los modernistas en una situación muy especial, los hizo extraños constantemente a sí mismos, marginales, desplazados, singulares y, de cierta forma, ajenos. Pretender que el hilo temporal es el mismo para el neoyorkino que para el tuareg o el zíngaro es un despropósito pues se trata de no reconocer al mismo tiempo la realidad subjetiva de cada actor. Gutiérrez Girardot se apodera del concepto de Bloch y lo denomina “la simultaneidad de lo no-simultaneo”, es decir la posibilidad de que todo se actualice en un continuum-temporal, lo bárbaro y lo civilizado, lo alto y lo profundo, lo seco y lo húmedo, lo celeste y lo infernal…
Pero ¿qué buscaba el modernismo? Podríamos decir que este movimiento literario, con todos sus reflejos culturales, fue la primera expresión de una búsqueda de identidad Americana, una búsqueda esquiva, veleidosa y traicionera incluso al estar fijada más en la mirada del otro que en la mirada propia. Una búsqueda que se halló más pendiente de los modelos europeizantes que de los propios modelos lingüísticos propios.
Coda
Podría mirarse en algún momento a los modernistas como un grupo de dandis snobs que se fijaban más en un proceso democrático propio de Europa en lugar de pensar en las formas, geografías y naturaleza de nuestras regiones tanto como de la multitud de lenguas que la conformaron. Sin embargo los modernistas se caracterizaron por ser el primer embate, quizás, de pensadores de los modelos propios de una América independiente mentalmente. Con una precisión de extrema madurez advirtieron sobre el peligro que representaba para los pueblos americanos el seguir el modelo de democracia norteamericana.
Eso no quita sin embargo que América haya dejado de ser un montón de imágenes rotas, un espejo fragmentado que se ha repartido alrededor del mundo entero. Sus escritores comenzaron queriendo ser Góngora y Quevedo y Lorca y después pretendieron ser como Voltaire y Poe y Whitman y Bloch.
La libertad de un pueblo no se basa sólo en la apropiación de un territorio, en su libertad para gobernarse y elegirse, es también la libertad de poder mirar entre muchos modelos y elegir aquel que más le convenga imitar para comenzar la construcción de sus propias formas de cultura entre todas las existentes.
[1] José Martí. La Edad de Oro. Fondo de Cultura Económica. México D.F., 1992. Pps. 31 y ss.

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