jueves, 11 de marzo de 2010

Carta abierta a Alberto Rodriguez

Estimado Señor Rodríguez:

Aprecio el interés que se ha tomado en mi crítica a Buda Blues, de Mario Mendoza. Sabía yo que nuestras diferencias iban a ponernos en esta posición tarde o temprano. Pero vamos en parte, así es como se nubla el espejo de la profecía. O en palabras que tal vez usted mejor entienda, vamos por partes le dijo el asesino en serie a su víctima.

En primer lugar el hecho de poder terminar Buda Blues se redujo a un compromiso tácito que había tomado conmigo cuando oí hablar de la obra por vez primera. Deformación académica también llamada en otros lares. Usted la puede llamar puñetero masoquismo, las palabras no cambian el hecho en sí.

En segundo lugar hablemos de la novelas tesis o las tesis novelas o como quiera que se llamen. No importa. El hecho que se quiera demostrar una tesis no implica que el texto obvie la anécdota sobre la que se monta. Me voy a tomar el atrevimiento de recomendarles tres libros de un solo autor para que nos situemos en un mismo contexto. El autor en cuestión es Michael Crichton. Las novelas son: “Parque Jurásico”, “El Mundo Perdido” y “Estado de Miedo”.

Las dos primeras serían un ejemplo de lo que usted llama novela de tesis. Bajo la anécdota de la clonación de dinosaurios subyace un gran texto crítico social promulgado a menudo a través de los labios del matemático Ian Malcolm. La crítica al desarrollo económico sostenido por una sociedad capitalista como lo es la nuestra salta entre párrafo y párrafo, es una sátira mordaz contra el poder de los laboratorios y el desarrollo desaforado de nuestra tecnología. Si lo quiere, ambas novelas son una alegoría. Usted es lo suficientemente inteligente para que llegado a este punto no tenga yo que explicarle que viene a simbolizar un dinosaurio dentro del marco referencial que le he mencionado.

A pesar de la tesis promulgada sin embargo, Crichton se toma tan en serio su papel de investigador que incluso promueve ciertas teorías sobre el desarrollo y comportamiento de los dinosaurios, esto llega a tal punto que un comportamiento que es mencionado en “Parque Jurásico” es refutado en “El mundo perdido”.

Hablemos de tesis de novela. Espero que al lector no importune que vuelva a hablar de “Estado de Miedo”, una de las últimas novelas de Michael Crichton. En ella se dedica a desmontar, con índice de publicaciones y extensas notas a pie de página, la teoría del calentamiento global (si se fija usted la jerga ha cambiado, ahora se habla de cambio climático que ni es lo mismo ni es igual). Los personajes monologan, lanzan largas diatribas, defienden sus creencias y esgrimen estudios a diestra y siniestra. La novela es una profunda crítica además al manejo de las corporaciones y al mundo científico en general.

¿Qué tiene que ver esto con la obra de Mendoza? Que Crichton, a diferencia de Mendoza, no olvida la anécdota en la que está embarcando al lector, sabe que es igual de importarte su tesis que la historia. La una no subyace a la otra.

Pero voy a ser perverso y voy a obviar su observación sobre las novelas tesis y las tesis novelas. Lo voy a leer con otro espíritu y es el de la libre interpretación que tiene el lector. Se lo recuerdo porque es muy fácil caer en ello. Cuando usted interpela mi manera de leer la obra –las cartas- de Buda Blues, lamenta que coincida con el señor Alejandro Gaviria (¿?) y que no coincida con usted, armado de la lectura de una tesis. ¿Está usted queriendo avaluar mi proceso lector, Señor Rodríguez? Dejémoslo ahí.

En tercer lugar. Hablemos del recurso de las cartas. Mi generalización no es osada, proviene del marco referencial en el que me muevo, que no es el mismo de hace 10 o 20 o 30 años. No nos gusta eso pero que se le va a hacer. Veámoslo más a fondo.

Ambos personajes reconocen tener correos electrónicos. Ambos personajes los ignoran por completo y se envían sendas y largas y detalladas cartas en las que abundan el recuerdo preciso de diálogos y sucesos y temores y saberes y tesis, muchas tesis acerca de La Cosa (como me recuerda el término el bendito “Informe de Ciegos” de Sábato). Hasta ahí no hay problema. Uno puede creer que una persona ignore que el sistema de correos es tan frágil, falible y vulnerable como los correos electrónicos. Sí, Señor Rodríguez, las cartas son interceptables y le recuerdo que en nuestro país las autoridades no sienten el menor remordimiento a la hora de chuzar teléfonos. No sería nada para ellos interceptar una carta arguyendo el consabido argumento del terrorismo.

Sin embargo el problema no son las cartas, como usted ha interpretado, son los personajes que escriben las cartas y la manera en que lo hacen. Si descartamos lo que relatan y el lugar desde donde lo hacen, los personajes nos e diferencias. Es decir, sus voces son idénticas. Por eso afirmé en su momento que el juego de espejos no es creíble. Que se escriban cartas, vaya y venga, que sean casi tan largas como esta en la que le estoy dando respuesta, no es el problema. Los personajes no son creíbles, distancia al uno del otro el uso de la expresión coloquial, maestro. Poco más. Es allí dónde está el problema de las cartas.

No puedo evitar recordar esos primeros relatos de la ciencia ficción norteamericana que consistían engrandes monólogos de los personajes principales acerca de una cuestión cualquiera. Nunca importaba cómo eran, si tenían familia, si lo mangoneaba la mujer, importaba la discusión científica. Esos primeros relatos pertenecen a las primeras décadas del siglo 20. “Buda Blues” es escrita casi cien años después.

Hay una discusión final sobre la respuesta del lector ante una obra y es su gusto, independientemente en muchas ocasiones de los argumentos que pueda o no pueda tener, y lamento decirlo- lo lamento porque me gustaría que fuese diferente- pero “Buda Blues” no me gustó. Se quedó corta ante las infinitas posibilidades que ofrece. Quizás eso confirme otra cosa, la literatura no es el lugar para el panfleto en primer lugar sino para el relato. Considero que cualquier autor debe tener en cuenta eso en primer lugar, el discurso ideológico debe subyacer ante cualquier historia, no competir con ella.

Cordialmente,

Andor Graut.