domingo, 21 de agosto de 2011

Dr. Who


Hace cerca de tres años que la mísera empresa de televisión por cable que tenía en aquel entonces decidió dar de baja Warner, Fox, AXN y Sony, y en su lugar dejó el canal de la BBC. No fui tan snob como para no dar un alarido de rodillas en mitad de las sala frente al altar del pezón de cristal (gracias King, como siempre, por la definición) y lamentarme a voz en cuello por tres semanas seguidas. Seis meses después, creo, abandoné el nido materno con la certeza de no volver a tener el mismo proveedor de cable y por lo tanto no volver a saber de personajes como Gordon Ramsay (me encantó su carácter poco conciliador) ni de series como Top Gear (Malditos orates, la versión norteamericana es un fiasco, espero que le cojan el tranquillo) y sobre todo de Dr. Who.

Conocía la ciencia ficción inglesa por los importantes aportes que personajes como Ballard y Aldiss, entre doscientos otros – No, Clarke no, nunca he podido disfrutar a Clarke, me parece un ladrillo inmamable- que revolucionaron el mundo de la ciencia ficción por allá en los albores de 196? En contraste con la ciencia ficción norteamericana, los ingleses se caracterizaban por una profunda introspección psicológica antes que la rígida deducción de Asimov o la rauda acción del opera space (No se puede hablar aquí de la ciencia ficción francesa porque eso es otra cosa. Una cosa verde, rabiosa y con dientes afilados).

Dr. Who le rinde honor a esos grandes autores sin dejar de lado el típico humor inglés. Sin embargo más allá de eso, de las tramas inteligentes, de los efectos de bajo presupuesto (a pesar de que la serie debe producir mucho dinero), de los diversos autores que desde 196? han encarnado al Dr. Who, se halla un filón rico e inagotable, un personaje multifacético que es casi como una deidad. Un Señor del Tiempo, colérico y sin embargo decidido a proteger y a guardar al planeta tierra principalmente, de su propia estupidez. Hay capítulos inolvidables pero indescriptibles que decididamente sólo se pueden compartir por medio audiovisual como aquel en donde el Doctor se enfrenta al mismísimo Satanás o aquel en el cual Rose Tyler, su acompañante -no confundir con amante- del momento comienza a contar la historia de su muerte, o aquel momento en medio de un encuentro con una criatura hostil, uno de los personajes comienza a recitar, We must not look at goblin men,/ We must not buy her fruits:/ Who knows upon what soil they fed/ Their hungry thirsty roots?, tomado del poema de Crhistina Rossetti, El mercado de los duendes.

Uno de los elementos que hablan del recurso imaginativo antes que de la prelación de los efectos especiales –como tanta serie gringa- es la misma concepción de la nave espacial, que por fuera es tan sólo una cabina telefónica azul, usada antaño para llamar a la policía.

En resumen, Dr. Who, no es sólo una serie de televisión, es un clásico, un paradigma, de la ciencia ficción.

2 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Voy a hacerte caso y a leer muy despacio, de verdad muy despacio para poder entender esto.

Marta Rengifo dijo...

Ya entendí porque no había entendido. Es que comienzas con un tono irónico y lo rematas con un tono nérd-ico. Te recomiendo a quienes si han logrado la licencia para hacerlo: Daniel Samper (padre e hijo) o García Márquez.