lunes, 12 de septiembre de 2011

EL ÚLTIMO BASTIÓN




A Elizabeth, quien no suele leer este blog.

Escribir un acto de resistencia. La frase la repite Mario Mendoza en una de sus charlas, conversatorios o conferencias. Ignoro si la frase le pertenece o la cita de memoria, sin saber de quien es realmente. Escribir es resistir. No se trata de una oración, de una unidad de sentido, hueca. Es un credo, un ejercicio profundo de fe. La fe es algo que escasea en este mundo.

A los 15 años, cuando se es hombre de creencias profundas, cuando se es coherente consigo mismo, aún cuando no suceda lo mismo con el mundo, ya había tomado una decisión. No sabía hasta que punto podría uno llegar a traicionarse.

Hay una frase de un poema de Santiago Mutis Durán. Hablaba de Aquel que aplazó sus veinte años por no aceptar la derrota. No recuerdo el título del poema. Cuando lo leí, cercano a mis veinte años, sabía que estaba leyendo un anatema, una profunda herejía, una mentira. La poesía no debía decir mentiras, yo amaba la poesía, y me encantaron los poemas del libro de Mutis Durán –Tú también eres de lluvia-, pero ese poema en particular ya me avisaba, ya me prevenía. Yo estaba por cumplir veinte años, o ya los había pasado apenas y quería envejecer, quería las primeras canas en el cabello, soñaba con una mujer y un hijo, y la responsabilidad. Jamás un joven imberbe y torpe anheló tanto poder llegar a ser responsable. Tenía yo entonces la mirada apenas turbia por los desengaños amorosos, vestía una gabardina caqui bajo el implacable sol de Kalí al mediodía, y un duro cigarro apretado en la boca. Leía. Uno, dos, tres, cuatro libros a la semana. Mann, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Dostoviewskii (miento como un vil bellaco, a Dostoviewskii lo leí en el colegio, sin entender una sola sílaba, pero fue importante para mi haberlo leído en el colegio, cuando otros tantos corrían detrás de un balón, o de las piernas de una chica), Borges y toda la ciencia ficción que Editorial Bruguera pudo publicar antes de pasar a la historia. Y escribía. Uno, dos, tres, cuatro, cinco cuentos a la semana. Mientras mis profesores intentaban que en mi cabeza entraran los misterios del método científico y los principios del inconsciente, yo escribía. Era un enfermo, un poseso, un irresponsable, un escritor. Yo me había prometido a los 12, 13, 14, 15 años, que iba a ser escritor, que iba a mandar todo al garete e iba a ser escritor. Entonces mi primera novia, mi primera mujer, aquella que inflamó mis venas y mi carne entera, me dejó a un lado porque no veía ningún futuro conmigo. No podía verlo. A mi tampoco me importaba ver nada de eso, a mi sólo me importaba escribir. No podía dejar de escribir. No tenía un computador en aquel entonces. Sólo una máquina de escribir portátil que llevaba en mi maleta, que llevaba encima de la gabardina caqui. En ese entonces no comía en la cafetería de la universidad, porque no tenía mucho dinero y el poco que tenía se me iba en café y en cigarrillos baratos.

Finalmente me gradué. Nunca transigí. No autopubliqué. Uno de mis poemas – Tras los pasos de la muerte- fue publicado en una revista de la universidad. X-trés. Mi primera publicación y la primera vez que sentí el sinsabor del encuentro editorial. Al poema le editaron unos cuantos versos. La única respuesta que recibí, no fue técnica sino arbitraria. Sentí que así quedaba mejor el poema. No tengo copia de la revista. No me importaba tener copia de nada. Yo era un excelente escritor, yo escribía todo el día, yo tenía el futuro asegurado. Diez años después de empezar carrera como psicólogo me gradué. Fundé un grupo literario, o tal vez fue un poco antes. Conseguí un trabajo, dos trabajos, tres trabajos. Mi tiempo empezó a menguar. Dormí cuatro horas, dormí cinco horas y escribía. Tengo docenas de poemas y de cuentos comenzados de aquella época. Me casé. No he tenido un hijo. He publicado un libro, dos cuentos en una revista española, un cuento en la sección virtual de la revista El clavo, trabajo como evaluador de textos en una editorial y desde hace tres años comencé este blog y uno de promoción de lectura (http://lecturasparatodos.blogspot.com/), también soy docente Ya no escribo, al menos no tanto como antes. Tampoco tengo tiempo, es cierto. Me debato entre estudiar una maestría, dos trabajos, las clases de conducción, mis deberes filiales, mis deberes como esposo y las clases que no se preparan solas, pero tengo los blogs. Una vez a la semana intentó preparar al menos un artículo, un escrito o una columna. Durante cerca de dos años, mientras me convertía en ese hombre que soñé por allá a mis lejanos 20 años, me he afincado en estas líneas para mantener las manos calientes, atentas, vigilantes, febriles, como perros perdigueros en constante entrenamiento para correr tras de la presa. La vieja maquina de escribir yace sobre una de mis bibliotecas. Por un momento pensé que me había perdido. Ya no tengo la gabardina pero si estoy casado. Tengo obligaciones, un crédito que pagar. Leo, empero, aún leo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco libros al mes. Leo a Borges, Cassany, Cortázar, Marías, King, Gaiman, Martin, Mendoza, Fuentes y todo lo que se me atraviese. Me repito que no he envejecido, que si te tengo ahí leyendo esas líneas, no he perdido el encanto ni la pasión ni el talento. Aguardo. Escribo una tesis de maestría sobre literatura fantástica, diserto sobre promoción de lectura, aún percibo la mirada de Eyanael sobre mí, aún puedo ver el faro que se construye sobre Kalí, mis ojos enrojecen mientras veo como los Gifty se alejan en un cielo violáceo y la canción de los Arist, aún resuena en mis oídos.

Me preparo, Eyanael acecha. Ya se abalanza sobre mí.

Fui leal, fui valiente. Aún aguanto. El resto sigue siendo oscuridad.

1 comentarios:

Marta Rengifo dijo...

Me encantó. Cada vez escribes mejor.